Tararéen conmigo: “pam pampam pa-pam pam, para papam, papaparapam“. Sí. La inmortal serie de televisión Brigada A tiene su versión cinematográfica, corroborando una vez más que los estudios carecen de agallas como para apostar a guionistas que quieran proponer algo distinto. La nostalgia, amigos, llena las salas… Al igual que en la tira televisiva, tenemos a los 4 agentes, John “Hannibal” Smith -Liam Neeson-, Templeton “Faceman” Peck -Bradley Cooper-, Mario Baracus (que en inglés es “B.A.” Baracus) -Quinton Rampage Jackson- y Murdock -Sharlto Copley-. Cada uno tiene sus problemas, sus delirios, su falta de disciplina, un estilo casi anti-militar. Pero así y todo, son un grupo de élite seleccionado para cumplir con las más difíciles misiones del Ejército estadounidense. La película arranca contándonos cómo se conocen los cuatro, para luego hacer un salto en el tiempo y ubicarnos en la actualidad, en la guerra de Irak. La Brigada ya es veterana y debe solucionar una misión arriesgada: se robaron la única máquina capaz de fabricar dólares que está fuera de Estados Unidos y hay que recuperarla. Para que se entienda: los dólares que se impriman con esas placas no serán falsos, sino que serán verdaderos: es la misma que utiliza el Tesoro estadounidense. Los muchachos cumplen la misión casi de taquito, pero obviamente, falta más de una hora y media de película: los han engañado. Fueron víctimas de las internas que existen entre la CIA y el Ejército estadounidense, y sumado a éstos dos “titanes” hay un grupo de mercenarios que hacen lo que sea por unas monedas… En definitiva: les quitan el rango militar, los acusan y los apresan. La película consistirá entonces en salir de prisión, encontrar a los culpables, castigarlos y, por sobre todas las cosas, limpiar sus buenos nombres. Si debo remitirme estrictamente al guión, la película flaquea bastante. Pero ofrece lo que vende: una secuencia de acción detrás de otra, tiros, explosiones, y demás fuegos artificiales. Una pochoclera como para distenderse después de una semana de tensiones.
Se trata sin dudas de una de las películas más esperadas del año, al menos por mí: Toy Story 3. La tercera parte de una saga que ha demostrado ser genial en sus dos primeras porciones y que, nuevamente, demuestra que el ingenio y la creatividad son características en las que vale la pena detenerse. Nuevamente tenemos a los muchachos: están el vaquero Woody -Tom Hanks-, el astronauta Buzz Lightyear -Tim Allen-, el Sr. Cara de Papa -Don Rickles- (mi favorito)… En esta oportunidad, el conflicto nace porque Andy, el humano dueño de los juguetes, ya está grandecito y se va a la Universidad. Estando en Estados Unidos, los estudiantes por lo general se instalan a vivir en el campus, por lo que abandonará el nido familiar. Obviamente, como todo adolescente, recibe el planteo maternal al mejor estilo “¿Y qué pensás hacer con todas esas porquerías?”. Debe elegir entre tirar los juguetes, donarlos, llevárselos o guardarlos en el ático. Decide guardarlos a todos, excepto a Woody: Su amigo fiel lo acompañará en su nueva etapa. La madre, sin embargo, se confunde y los saca con la basura. Los juguetes se dan cuenta y comprenden que, antes de ser descartados en el basurero, mejor ser donados a nuevos dueños. Se meten entonces en la caja de donaciones. Woody, que no quiere abandonarlos e intenta convencerlos de que en realidad su destino era el ático, termina en la caja con ellos. Desembarcan entonces en una guardería. Y aquí está lo genial. Una guardería implicará llegar a un lugar con otros juguetes: brillante mecanismo para incorporar a más personajes. Pero además, arriban a un espacio en donde ellos son los nuevos, y los roles ya han sido asignados. Ya en la guardería, lo que pensaban que sería fantástico termina no siéndolo tanto… La verdad es que Toy Story 3 es una genialidad de principio a fin. Los recursos de guión, los guiños a los adultos, las vueltas de tuerca, los conflictos entre los personajes… todo confluye en la creación de una obra maestra que no por ser animada debe ser subestimada. De más está decir que el hecho de que sea 3D hace que todo funcione mejor en cuanto al realismo. Recuerdo cuando salió la primera: fue revolucionario ver que un film que, en teoría apuntaba a los más chicos, se dirigía en un metadiscurso a los más grandes también. Nuevamente lo logran. Y a la perfección. Como dato adicional, recomiendo llegar con tiempo para ver el corto de animación que la gente de Pixar preparó como entrada. Como espectadores ya estamos habituados a estos recursos de incorporar algo que nada tiene que ver con el film pero que sirve para mostrar el desarrollo tecnológico. Es fantástico, no se lo pierdan. Ahh, y casi lo olvido: ¡Impresionante el personaje del muñeco Ken! ¡Histórico, créanme!
Aclaro algo como puntapié inicial: entré a la sala dejando de lado y poniéndome como objetivo descartar cualquier tipo de crítica snob, del cinéfilo elitista -que no soy para nada- y sobre todo del prejuicioso -que sí suelo ser-. Y es por eso que, más allá de la precariedad fílmica de Sex & The City 2, lo peor (y que realmente se presta a una discusión interesante y que ameritaría varias horas) es el mensaje que subyace a toda la película. Al igual que en la exitosísima serie de TV y la primera de las historias llevada a la pantalla gigante, tenemos a las cuatro mujeres viviendo en Nueva York, cada una con su drama personal a resolver, y siempre contando con el resto del grupo como columna vertebral. En esta ocasión, Carrie -Sarah Jessica Parker- está en plena crisis matrimonial, la clásica situación de si la convivencia apagó “la chispa” de la pareja. Charlotte -Kristin Davis- está agotada de su rol de madre y se siente mal porque, internamente, está un poco harta de sus hijos (a propósito: nada de lo que hace representa el 15% de lo que cualquier madre trabajadora haría, pero ella no puede más…). Miranda -Cynthia Nixon- sufre en su trabajo, siente que es menospreciada por su nuevo jefe, pero no se anima a renunciar. Y Samantha -Kim Cattrall-, como siempre, está con el tema de la menopausia incipiente. A todo esto, Samantha recibe la oportunidad de viajar a los Emiratos Árabes con sus amigas por cuestiones laborales. De modo que las 4 se van en un viaje de placer para despejar sus mentes. Pero claro: uno se lleva los problemas en la valija cuando viaja… Como decía antes, las actuaciones y el nivel fílmico (exceptuando a Catrall) son paupérrimos. Pero es el mensaje lo que deja un tono deprimente. No me malinterpreten: me gusta la moda. Entiendo que alguien quiera verse bien, oler rico, usar ropa elegante. Pero el problema del fetiche es la fetichización del fetiche. El placer es placentero justamente por ser una dósis pequeña que rompe con la monotonía. No puede ser que una persona se defina según el zapato que use. Además, el mensaje de fondo es todo lo contrario al de la superficie. En teoría, la historia de Sex and the City viene a poner sobre el tapete la “liberación femenina”, o el hecho de que las mujeres puedan levantar su voz en un mundo dominado por hombres. Y sin embargo terminan haciendo una caricatura que ni el más misógino de los varones hubiera pensado: las mujeres quedan como personas obsesionadas sólo por verse bien, y más que nada, porque el otro piense que se ven bien. A pesar de esto, espero con ansias la visión de los fanáticos de la serie. Son ellos quienes determinan el valor de éste tipo de films. Aunque es un tanto extraño: en cualquier secuela, un espectador se pregunta respecto de la evolución de los personajes. En este caso, la pregunta de fondo es ¿Qué zapatos usó Carrie?
Hay dos grupos claramente distinguibles entre los varones de cualquier colegio secundario: los deportistas y los que no son tan amantes de la actividad física. Y puede ser hasta irónico que entre tanta desesperación mundialista (a la que, confieso, me sumo sin vergüenza alguna), llega una película que toca un tema que muchos podrían considerar casi antagónico y que solía ser elegido por los más “nerds”: el mundo de las historietas. Kick-Ass cuenta la historia de Dave Lizewski, un joven que vive su vida sin sobresaltos, no es ni el popular mariscal de campo de su escuela, pero tampoco el ultraestudioso. Se trata de un estudiante promedio que un buen día se hace una pregunta sensata, ¿Cómo puede ser que, habiendo tantos fanáticos consumidores de cómics, ninguna persona haya decidido convertirse en un superhéroe de carne y hueso? Decide entonces ser el primero, compra un traje de neoprene, consigue una máscara y da vida al justiciero “Kick-Ass“. Su idea es combatir las injusticias de la vida diaria, pero se da cuenta de que, en la realidad, es mucho más difícil que en la ficción. Para empezar, su atuendo no causa temor sino carcajadas entre quienes lo ven. Y para seguir, él no es alguien preparado física o técnicamente como para enfrentarse a maleantes. Tal es así que, cuando por primera vez quiere intervenir ante unos ladrones, se come una paliza impresionante. Recuperado, decide ocuparse de cuestiones no tan sanguinarias. Pero buscando un gato que se ha perdido en el barrio, se topa con un hombre que es atacado por otros dos. Las ganas de hacer justicia persisten y defiende al numéricamente inferior. Lo fajan, pero los golpeadores terminan yéndose. Esta pequeña victoria se magnifica porque justo había alguien mirando y filmando todo con su celular. Éste sube el video a Internet y, de la noche a la mañana, Kick-Ass se convierte en un fenómeno popular. Habiendo un joven casi perdedor, era lógico que incluyeran a una chica. Ella no le da bola, pero finalmente él logra acercarse haciéndose pasar por su amigo “gay” y descubre que la joven está en un problema serio. Interviene como Kick-Ass sólo para darse cuenta de que los malos en cuestión están con un tema pesado como las drogas. A punto están de matarlo cuando entran en juego los otros protagonistas: Big Daddy -Nicolas Cage- y Hit-Girl -Chloe Moretz-. Big Daddy y Hit-Girl son en realidad un padre y su pequeña hija que realmente hacen justicia, pero por beneficio propio. Él es un ex policía que tiene acceso a logística y armas, además de estar preparado en artes marciales. Al punto tal que su pequeña hija es prácticamente una máquina de matar. Así, Kick-Ass se ve envuelto en una trama con mafiosos y justicieros en serio, de la que sólo podrá salir sumándose al dúo de Big Daddy y Hit-Girl en su lucha contra los malvivientes. Una gran película, altamente recomendada, con Nicolas Cage en un papel que le calza justo. Muchos criticaron el excesivo nivel de violencia que tiene (muertos reales y sangre por doquier, al punto de que una nena de unos 12 años asesina a mucha gente) pero creo que cualquiera con una lectura fina comprenderá el mensaje. Por otra parte hubo una polémica con el cómic de Sebastián De Caro, “Doméstico“. Leí la historieta, la recomiendo, encuentro varios puntos similares -¡hasta los colores del traje!-, pero como el propio Sebastián se encargó de aclarar, toda disputa en el mundo legal excede las posibilidades de un grupo de creativos argentinos… Más allá de esta discordia, Kick-Ass la rompe.
Nuevamente me sorprendió una película por la cual, en la previa, no daba dos mangos. Los mejores de Brooklyn es un film de suspenso y acción, un thriller, que funciona no por sorprendente sino por sólido: los personajes son bastante trillados, pero a fuerza de actuaciones convincentes, sale adelante airoso. Evidentemente está ambientada en Brooklyn, y se centra en la vida de tres policías que ocupan cada uno un rol diferente en la fuerza, y que no se conocen entre sí. Los tres están viviendo una crisis personal y el nudo será cómo lo resuelven. Richard Gere es Eddie, un policía al que le queda una semana para retirarse. Es un hombre que ha pasado sin pena ni gloria por la vida, y mantiene un nivel de mediocridad poco envidiable (al respecto, gran escena inicial cuando despierta, se mete un revolver en la boca y dispara. Luego veremos que se trata de un arma sin balas…). Ya hemos visto varias veces este personaje, pero Gere logra involucrarse. A 7 días del retiro, le ponen a un pasante para que lo acompañe en su ronda. Como siempre, el “nuevo” quiere cambiar el mundo, y así Eddie logra darse cuenta de cómo han cambiado sus ideales y se ha volcado hacia la dejadez. Sirve entonces como un replanteo a días de su retiro. Ethan Hawke es Sal. Trabaja en los equipos encargados de operativos contra los narcotraficantes, entrando a las casas que tienen “marcadas” y desbaratando las bandas. Sal está en una crisis familiar tremenda: su mujer, que está embarazada de mellizos, sufre una enfermedad producida por el moho de la vivienda que ocupan. Necesita mudarse entonces no solo por espacio, sino ya por salud. El tema es que no tiene dinero. A todo esto, en cada operativo del que participa, ve pilas y pilas de “dinero negro”, confiscado a los narcotraficantes. ¿Tomar un poco para sanear su vida personal o mantenerse del lado de la ley? Don Cheadle es Tango, un policía encubierto que ha logrado infiltrarse en las redes de narcotraficantes más pesados de Brooklyn. Por supuesto, Tango está harto: ya está cansado de los tiros, los escapes, de vivir una doble vida, y sólo quiere “un escritorio y una corbata”, como asegura en la película. Lo cierto es que llegó a una posición encumbrada y los de la Policía no quieren perderlo. Le ofrecen entonces una salida: si quiere retirarse de su actual posición, deberá traicionar a Caz -Wesley Snipes-, un narco que acaba de salir de la cárcel y que intenta hacer las cosas bien, pero al que la Policía quiere ver caer nuevamente. Encima, Caz le salvó la vida a Tango. La duda será: ¿traiciono a un amigo que se que es inocente a cambio de mi beneficio personal? Estas tres vidas en decadencia obviamente tendrán un nexo, siempre desconocido por ellos. Es una muy buena opción para los amantes de los policiales.
Comienzo sin esconder lo primero que me generó el film: ¡Qué peliculón! Habiendo dicho eso, me explayo al respecto: El escritor oculto es un policial de suspenso fantástico. Su título en inglés, The ghost writer, sorprendentemente traducido de forma casi correcta, alude a un rol poco conocido: el de los autores que realmente escriben las supuestas “autobiografías” de personajes famosos (lamento decirles que Yo soy el Diego no fue de puño y letra maradoniano…). El ex Primer Ministro británico Adam Lang -Pierce Brosnan- ha recibido 10 millones de dólares para escribir sus memorias. El problema es que quien debía ayudarlo a hacer el libro misteriosamente se suicida, con lo cual la editorial sale desesperada a buscar un nuevo “fantasma” para el texto. Así es que llegan al personaje encarnado por Ewan McGregor, un hombre que ya ha escrito otros libros similares. A pesar de no querer involucrarse en cuestiones políticas y menos aún con un personaje tan extraño como Lang, McGregor acepta porque es una oferta más que tentadora. Claro que, a medida que comienza a trabajar con el ex político, salen a la luz datos oscuros de su mandato que se filtran a la prensa: Lang habría entregado a ciudadanos paquistaníes a la CIA para que sean torturados, en pos de la hoy tristemente célebre lucha contra el terrorismo internacional. Cualquier similitud con la relación Blair-Bush es pura coincidencia… Más allá de las muy buenas actuaciones y de un elenco notable, los laureles se los lleva sin dudas el director: Roman Polanski maneja con maestría el relato. Los climas, las tonalidades, las tomas son geniales. Igualmente lo que más destaco es la musicalización y la ambientación sonora: cada nota está puesta en su justo lugar. A todo este combo brillante hay que sumarle una finura pocas veces vista a la hora de implementar el humor negro. Queda claro porqué el cineasta se llevó el Oso de Plata en el último Festival de Berlín. El escritor oculto es verdaderamente una joyita que amerita ser vista por cualquier amante del séptimo arte.
Uno entra a ver Robin Hood creyendo que va a disfrutar de la historia de aquel que “robaba a los ricos para darle a los pobres”, y sin embargo el film no ofrece casi nada de eso: se trata de una precuela, es la historia de cómo un arquero inglés termina convirtiéndose en un forajido. Robin Longstride -Russell Crowe- es un arquero que integra las filas del Ejército inglés en las cruzadas, siguiendo las órdenes del rey Ricardo Corazón de León. En los enfrentamientos con Francia, el rey muere en una emboscada junto con sus más fieles colaboradores. Robin y dos de sus compañeros de lucha encuentran a la comitiva en su lecho de muerte, y es allí donde la mano derecha del rey, el caballero Robert Loxley, le pide como último deseo que su espada le llegue a su padre. Robin acepta el compromiso (no sea cosa de no dejar descansar en paz a un muerto…). Al llegar a las tierras de Sir Robert, se encuentra con la viuda del caballero, Lady Marion -Cate Blanchet-, y para evitar suspicacias, acepta el pedido del padre de Loxley y se hace pasar por el finado. A todo esto, muerto el rey, viva el rey: el hermano de Ricardo, Juan, se hace con la corona inglesa. Juan es un hombre ambicioso, ignorante del arte de la guerra y la política, y más preocupado por quedar bien y acostarse con cuanta mujer se cruce en su camino. Tal improvisación de mando genera una traición por parte de uno de sus más cercanos confidentes, quien lo engaña para que los barones ingleses, entre ellos ahora Robin, se pongan en su contra. Todo no es más que parte de un plan mayor: ser derrotados por el Ejército de Francia. El nudo será entonces la decisión fundamental de los terratenientes ingleses: ¿Agruparse en contra de su propio rey o defender las tierras inglesas contra la invasión francesa? Robin Hood termina siendo un mejunje de películas: es como meter en la juguera eléctrica a Gladiador, Corazón Valiente, un par de calzas y arcos y flechas… Es un megatanque que sólo ofrece despliegue visual en los enfrentamientos bélicos.
Poder relatar la marginalidadsin caer en el facilismo del golpe bajo es un arte en el que pocos se destacan. Uno de los integrantes del selecto grupo de narradores que lo logra con majestuosidad es el director de cine Pablo Trapero, que vuelve a moverse por el conurbano bonaerense en Carancho. Se trata de un policial negro que toca un tema muy presente en la cotidianeidad nacional y que, sin embargo, no había sido llevado a la pantalla gigante antes: el gran negocio detrás de los accidentes de tránsito. Por si alguien no lo sabe, este fenómeno es la principal causa de muerte evitable en la Argentina y queda claro que una de las razones -o tal vez la principal razón- porque no se resuelve es justamente que hay mucha plata en juego. En Carancho, Ricardo Darín es Sosa, un abogado al que le han quitado temporalmente la matrícula y que se ve obligado a entrar en este negocio para sobrevivir. Básicamente, lo que hace es trabajar para un hombre que se encarga de representar legalmente a víctimas de accidentes de tránsito de bajos recursos. El modus operandi de estos abogados es sencillo: están prendidos en el negocio con la policía y los hospitales, de modo que cuando hay un accidente, ellos llegan rápidamente al lugar de los hechos, convencen a la víctima para ser sus representantes legales y les hacen firmar un papel con el que logran plenos derechos sobre la causa. De este modo, arreglan por sumas mínimas a los principales perjudicados, y el grueso de las indemnizaciones se las llevan ellos. Estos abogados son conocidos en la jerga justamente como “caranchos”. Pero volvamos. Sosa es uno de estos caranchos, y en una de sus rondas habituales conoce a Luján -Martina Guzmán- una médica novata que está juntando horas de guardia a bordo de una ambulancia. Mirada va, mirada viene, y se enamoran. Luján se entera del trabajo de Sosa y no le gusta mucho, pero cuando en una de estas transas algo sale mal y hay un muerto de por medio, ella le da un ultimatum: o abandona la ilegalidad o no volverá a verla. Sosa, enamorado, decide que quiere ir por el camino legal. Pero el problema es que uno no abandona a una pandilla mafiosa así como así, y los criminales harán lo posible para que Sosa “repiense” la situación. Es un film genial, con una temática novedosa y a la vez atrapante. Logra desnudar negocios de esos que “todos sabemos que existen” y que sin embargo nunca han sido contados. Además, es necesario destacar el estilo de filmación: Trapero usa mucho la cámara en mano y móvil, lo que suma tensión y ópticas distintas al espectador, que logrará sentirse realmente en el lugar de los hechos. Sin dudas, una película que vale la pena ver.
Lo primero que debe ser dicho de Iron Man II es que ésta sería simplemente otra película de acción si no fuera porque siempre Robert Downey Jr. amerita que vayamos a una sala. Su presencia en cualquier film le sube unos puntos al promedio. Ya conocemos un poco la historia del magnate Tony Starck que tiene injertado una suerte de corazón atómico en el pecho, que es lo que a la vez le permite vivir y ser el Hombre de Hierro. Más allá de que Iron Man ha garantizado la paz mundial, es amado por todas las naciones, y el Planeta vive su época de mayor estabilidad a nivel conflictos internacionales, en esta oportunidad tenemos al Gobierno de Estados Unidos acusando a Tony de ser poseedor de un arma de destrucción masiva: el traje de Iron Man. Básicamente, las leyes estadounidenses prohiben que un civil mantenga en su poder maquinaria de semejante peso armamentístico (para más información, ver excusas en el caso “Saddam“…). En su defensa, Starck prueba no sólo que ha hecho un uso correcto y acorde con las leyes estadounidenses, sino que además el resto de los países están muy pero muy lejos de ser capaces de crear esta tecnología de punta. Lo absuelven y queda libre. Sin embargo, hete aquí el problema: nos enteramos de que Tony no es el único poseedor de esta gloria de las armas. Resulta que el padre de Tony, el creador de Starck Industries y Amo y Señor de la industria armamentística, tenía un socio ruso que murió en el olvido y pobre. Su hijo tiene todos los datos tecnológicos y va a vengar la memoria de su padre. Éste villano no es otro que Mickey Rourke. Y para hacerla completa, tenemos un tercer “malo”, nada menos que el genial actor Sam Rockwell, que interpreta a otro magnate de la industria de las armas, un competidor que siempre es humillado por Tony Starck. Cuando él descubre que hay alguien que puede hacerle frente a nivel tecnológico pero con carencias económicos, o sea Mickey Rourke, decide financiarlo. Así, tenemos robots, tiros y cosa golda. A esto le sumamos Scarlett Johansson, Gwyneth Paltrow y una pizca de Samuel L. Jackson y da como resultado una pochoclera pero de las buenas.
Se trata sin dudas de la película más difícil de explicar que vi en mi vida. Lo primero que hay que tener en cuenta respecto a ésto es que el guionista y director es nada menos que Charlie Kaufman, el mismo que escribió los guiones de El ladrón de orquídeas, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos y ¿Quieres ser John Malkovich?. Es decir que ya estamos acostumbrados a las idas y venidas en el tiempo, en los desfasajes de realidad y ficción… Y, sin embargo, Todas las vidas, mi vida - Synecdoche New York es la más difícil de todas. Pero no es cuestión de meter miedo, así que ahondemos en la película. Philip Seymour Hoffman es Caden Cotard, un director de teatro respetado y exitoso, pero absolutamente hipocondríaco. Vive con su mujer, Adele -Catherine Keener-, una artista, y su pequeña hija de 4 años. Un día, harta de las enfermedades de su esposo -que no son sólo mentales, sino que también se manifiestan-, la mujer lo abandona y se va a Berlín con la niña (en la capital de Alemania Adele es muy exitosa como pintora). A todo ésto, a Caden le otorgan una beca muy prestigiosa para que financie una obra de teatro, y decide que finalmente va a hacer una obra que quede en la historia. Se muda a Nueva York, alquila un galpón enorme, y empieza con la obra. Pero se da cuenta de que si quiere realmente trascender, debe hacer algo único. Y no hay nada más único para él que él mismo. Por eso, monta una obra con su vida como eje. Y allí empiezan los nudos porque, claro, es necesario un actor que lo interprete. Y un escenario que sea la ciudad. Así, ese galpón se convierte en un mundo dentro del mundo, al punto de que los personajes viven en tanto hay obra, pero no dejan de ser actores. Sólo que para Caden la obra existe todo el tiempo. Realmente impresionante, con un montón de personajes, muertes, crecimientos, y una obra que no termina nunca. Lo que más destaco de la película es el haberme sentido respetado en mi inteligencia como espectador. Este film se completa al 100 por ciento con la capacidad cerebral de quien la vea, y, como pocas veces sucede, el director apela a la materia gris de quien la vea. Es un desafío difícil, duro, pero hermoso a la vez. Y eso es lo que diferencia a una película que trasciende de una que simplemente es buena.