Al filo de la oscuridad

Crítica de Sebastián Nuñez - Leer Cine

HÉROES CÍNICOS

La vuelta de Mel Gibson a la actuación en un relato policial pone de manifiesto toda su dimensión como actor excepcional, capaz de construir y soportar con su sola presencia todo un universo particular. Sin embargo, esta película, dirigida por un cineasta hasta el momento mediocre, no se estanca en la exaltación de su protagonista, y va un poco más allá.

Ya desde los afiches de promoción podía notarse que el centro y punto de apoyo de este buen film policial iba a ser la figura de Mel Gibson. Y al ver la película no sólo se confirma esa sospecha, sino que además queda claro que Gibson es de esos actores -que no son tantos hoy día- capaces de soportar con su pura presencia todo un largometraje sin necesidad de montar un show personal. La figura de un actor así de alguna manera crea todo el universo de ficción que crece a su alrededor, y casi que se vuelven inseparables. Por ello en esta historia en la que interpreta a un honesto, melancólico y solitario policía al que le asesinan brutalmente, y frente suyo, a su única hija es desde el primer momento creíble: en Al filo de la oscuridad la impresión de realidad es un hecho.
Sin embargo, no será el personaje protagonista la clave para entender la posición moral general de la película, que muy por el contrario de lo que podría esperarse o parecer a simple vista, no es tan obvia. Dicha clave es un tal Jedburgh, personaje secundario interpretado de manera brillante por Ray Winstone, y cuyo trabajo es el de limpiar evidencias, que por lo general resultan ser seres humanos. Jedburgh se ve enredado en esta historia luego de que los responsables de una prestadora del gobierno norteamericano que se dedica -en principio- a investigaciones nucleares, pero que de forma oculta también fabrica armamentos, lo contratan para que no queden rastros ni cabos sueltos en todo lo que tiene que ver con la muerte de cuatro activistas ecológicos que intentaron entrar a las instalaciones de la compañía para desenmascarar sus actividades ocultas. A ese grupo de activista se había acercado la hija del personaje de Gibson, Thomas Craven, como último recurso para denunciar las prácticas ilegales, hecho por el cual terminará siendo asesinada. Jedburgh tiene que eliminar todo elemento que pueda involucrar en esos hechos a la compañía así como también a sus contactos políticos. Pero cuando todo parece indicar que será el gran antagonista de la historia, sus acciones lo ubican en un lugar más ambiguo y que, como decíamos antes, dará la clave para entender la posición de la película. Una vez que se topa con Craven, el asesino frío e hiperprofesional que parecía ser, da lugar a un ser más complejo, inteligente, culto y con un incipiente sentido de justicia. Luego en la historia se devela que padece una enfermedad terminal, razón a la que posiblemente se deban no sólo su impronta melancólica sino también el desvío que decide tomar. Esto es: ayudar - muy a su particular a su manera, claro- a Craven-. En uno de los primeros encuentros entre estos personajes, luego de compartir un vaso de whisky, Jerdburgh le dice que ellos dos son como Diógenes, aquel que anduvo toda su vida buscando hombres honestos. Cuando Craven le pregunta cómo le fue en esa busca, Jerdburgh le contesta que nunca encontró a ninguno, al contrario de ellos que finalmente sí lo hicieron. Obviamente lo que hace el personaje es decir que esos hombres honestos son justamente ellos dos, colocándose al mismo nivel que Craven.
Es interesante que se cite la figura de Diógenes, que fue un personaje griego encuadrado dentro de lo que se denomina escuela cínica, una corriente postsocrática que pregonaba el desprecio por las riquezas y posesiones materiales. Ese cinismo difiere mucho de lo que hoy se entiende como tal, por eso decir cínico en sentido griego es muy diferente a decirlo según el sentido actual. Jedburgh fue y es inevitablemente un cínico según su uso actual, aunque intente revertir esa situación. Para ello intenta ayudar a Craven eliminando también a otra parva de cínicos igual que él; pero el relato mostrará que ya es tarde para redenciones (al menos en forma completa). El desenlace de la historia presenta dos tiroteos simétricos: por un lado, Craven se enfrenta al líder de la compañía y sus custodios (todos armados); y por otro Jerdbugh a un senador y dos asesores (desarmados). Ambos eliminan a sus contrincantes, y puede decirse que en ambos casos es justo que así sea. Pero el detalle de que el primero termine con la vida de gente armada y el segundo con la de gente desarmada es una sutil forma de marcar las diferencias entre ambos. En ese sentido el relato toma una posición, y por eso a cada uno le toca su merecido final. Jedburgh muere tontamente, cuando trata de ser justo, pagando por todos sus actos, mientras que a Craven lo espera el Cielo y su hija, gracias a su humilde y virtuosa vida. En esta historia, cada héroe -cínicos según acepciones diferentes- tiene su justo final.