Para vivir, hay que morir (o la vida es un videojuego bélico)
El teniente coronel Bill Cage (Tom Cruise) no es un soldado, a pesar de portar un uniforme. Jamás pisó un campo de batalla. En realidad es un publicista, dedicado a enhebrar estrategias de marketing para conseguir la mayor cantidad de reclutas posibles en una guerra de carácter mundial frente a una raza alienígena, los mimics, que han invadido buena parte de Europa y amenazan con extenderse al mundo. Los ejércitos del planeta han unido fuerzas para enfrentarse al enemigo, en una batalla a todo o nada. Es ahí, en la primera línea del frente, donde es enviado Cage, de forma bastante arbitraria, por el general Brigham (Brendan Gleeson), a pesar de no tener la más mínima experiencia de combate. Cage muere pronto, muy pronto, en una batalla en la playa donde el fracaso se percibe fácilmente, porque el enemigo parecía haber anticipado el plan diseñado por los humanos. Pero antes de morir, consigue matar a un alienígena distinto a los demás. Y contra toda lógica, se despierta un par de días antes, como si todavía no hubiera muerto. Eso le vuelve a suceder, una y otra vez. Como Bill Murray en Hechizo del tiempo, no le queda otra que volver a vivir los acontecimientos que condujeron a su muerte. Y a través de una soldado, Rita (Emily Blunt), que supo adquirir el mismo don (o maldición) que él, se dará cuenta de que puede ser la clave para torcer el destino trágico de la batalla y vencer a los invasores de una vez por todas.
Lo contado en el primer párrafo es la premisa de Al filo del mañana, que puede parecer un poco enredada, pero que es insertada en el relato con suma fluidez, haciéndose cargo de su lógica plenamente lúdica y repetitiva, de videojuego bélico, con la división de niveles, la etapa de entrenamiento, la capacidad de recurrir a distintas armas, la posibilidad de elegir distintos caminos, la aparición de compañeros de “juego” o “batalla” y el enfrentamiento final con la criatura más poderosa. En esto influye la aptitud de Doug Liman, un realizador nada extraordinario, pero con la destreza para adaptarse a la estrella que le toca dirigir. Su carrera, en especial desde el comienzo del nuevo milenio, está compuesta esencialmente por vehículos destinados a resaltar a determinadas figuras, objetivos que él supo cumplir básicamente a puro ritmo: Identidad desconocida, con Matt Damon; Sr. y Sra. Smith, con Brad Pitt y Angelina Jolie; y Poder que mata, con Naomi Watts y Sean Penn, son películas que siguen a cuerpos que no se detienen, que avanzan y embisten contra las dificultades. Son historias de acción, incluso a través del thriller político, como en el último caso. Su único film realmente fallido es Jumper, pero porque Hayden Christensen no es una verdadera estrella (carece de carisma como para serlo) y el guión está tan estructurado que le quita toda chance de espontaneidad y dinámica.
Al filo del mañana confirma esta tendencia en la filmografía de Liman: es un relato que jamás encuentra un semáforo en rojo, a pesar de ir y volver en el tiempo. Casi no hay reflexión -aunque hay una interesante visión sobre las diversas formas del discurso militar-, y si la hay, es a través de la mirada, de la acción y el contacto con el otro, mientras que el diálogo está permanentemente en función de la progresión de lo que se está contando. Pura fisicidad, apela a sensaciones primarias, encuentra su nobleza en su simple propósito de entretener y necesita como el agua de la presencia no sólo de Cruise sino también de Blunt. El primero (que aún con los armatostes que porta su personaje sigue corriendo como ningún otro actor en el cine) aporta su flexibilidad para evidenciar los mecanismos de la figura típica del héroe: acá se lo ve construyendo (y construyéndose) ese arquetipo, fallando muchas veces hasta perfeccionarse, cayendo en el ridículo en numerosas ocasiones, pasando de ser un neto individualista, sólo preocupado por sí mismo, a un individualista que acciona en base al interés no por la humanidad, sino por la otra persona, ese ser especial que sacude su mundo. La segunda demuestra que se puede adaptar al género que sea: ya trabajó en comedia, en drama, en historias románticas y de época, y acá es perfectamente funcional a lo que se narra, generando una inmediata empatía en el espectador a través de un personaje trazado con simpleza pero que jamás pierde autonomía.
Todo esto consolida lo que probablemente es en el fondo Al filo del mañana: un film romántico sobre un tipo que se va enamorando de una mujer a medida que la ve morir, decenas y hasta cientos de veces. El amor puede tener muchas formas, y una de ellas es una película de tiros, explosiones y extraterrestres malos, donde morir es seguir viviendo.