Un año después de terminar “Tótem” (2013), Franca González avanza en su carrera como documentalista. Si la anterior miraba hacia atrás en el tiempo para desandar el viaje de un objeto, en “Al fin del mundo” hay una intención de registro como para mirar el futuro con cierto tono optimista. Todo documental tiene su génesis en la inquietud. En el espíritu de la curiosidad provocadora, en el deseo de investigar. A veces funciona como disparador para hacer registros lúdicos sobre la vida humana. La directora presenta, en esta suerte de díptico caprichoso por la distribución del cine vernáculo, a un personaje de singular carácter. Un voluntario “salvador” del pueblo donde vive.
Roberto vive en Tolhuin, Tierra del fuego. Un lugar en el cual la nieve, el frío, y las consecuencias en el ánimo de los habitantes, forman casi un paisaje del sentir colectivo en una pequeña comunidad que convive con las inclemencias del tiempo.
El formato elegido ésta vez, a diferencia de cierto convencionalismo de “Tótem”, está más emparentado con el reality show de cámara oculta como recurso estético, aunque está claro que el género es documental.
El seguimiento a este hombre por parte de la cámara obedece a una impronta optimista en su personalidad. Dadas las condiciones en las cuales vive, lo mejor que se le ocurre es organizar un carnaval en el lugar. Casi como un homenaje no velado a las utopías la idea es seguirlo en esta empresa, ver si se presenta alguna dificultad en el camino y si eventualmente logra el objetivo.
Tal vez lo más interesante no sea la organización per sé, pues ya dijimos que parece una metáfora de la utopía. Lo más jugoso consiste en ir conociendo otros personajes en su cotidianeidad, cada uno con su propio universo, unidos a su vez por las imponentes y bellísimas imágenes exteriores que, sin escapar a la postal, se encargan de establecer un marco tan cerrado que sería difícil imaginar esta película sin ellas. Es decir, el pueblo de Tolhuin también participa activamente en “Al fin del mundo”.
Dejando de lado alguna situación donde se nota una intención de intervenir el realismo con indicaciones necesarias para que la narración funcione como tal, y cierta extensión innecesaria cuando ya la imagen contó lo que tenía y podía contar, se aprecia el amor por el detalle que la autora impregna a los encuadres.
Una producción coherente que se amalgama con su anterior filmografía, pero sobre todo una obra que permite ver un ejemplo de cómo plasmar una temática abstracta, en este caso el optimismo, en algo mucho mas tangible.