Al SIN fin
Si hay algo que llama la atención en este documental es la fotografía. Pero los paisajes hermosos que aparecen quedan vaciados a medida que va avanzando la “trama”, que no se sabe muy bien de qué trata. Si hay algo que uno termina entendiendo cuando mira Al fin del mundo es que a la directora le interesa mostrar la vida de un pueblo en Tierra del Fuego. Y si aparece el énfasis en estas primeras líneas de ese “hay algo” es porque la mayor parte del tiempo uno siente que no hay nada.
El documental de Franca González cuenta en unos interminables 80 minutos la vida de las personas del pueblo Tolhuin. El film se esfuerza por mostrar las diferentes actividades y el ritmo de vida de la gente del lugar, pero se queda con la simple foto de lo que pasa y no intenta profundizar en algo en específico.
Durante todo el documental aparece la sensación de que hay algo más que lo dicho, esa idea de que el lugar de por sí, y sin más, es película por el sólo hecho de ser plasmado en una cámara. Esta es una idea que lleva a la quietud de ideas y que vacía de todo sentido a una producción cinematográfica.
Las imágenes que aparecen son atractivas pero están “secas” de poesía, les falta alma. No hay nada para decir además de lo que se ve y eso hace que le resulte al espectador, lejano del lugar, algo poco atractivo. Tampoco, desde la realización, se suplanta el vacío. Hay películas que no necesitan tener un solo qué para ser hermosas, pero en esas está muy subrayado el cómo. Aquí no encontramos ni qué ni cómo. Es la filmación de la gente de un lugar, sin más. Es lo mismo que usted señora o señor podría hacer filmando la fiesta de 15 de su hija, que por cierto le resulta hermosa al igual que a Franca le parece Tolhuin.