Es tiempo de ponerle imágenes al frío
Así como para hacer Tótem viajó al Pacífico canadiense, para Al fin del mundo eligió el otro lado del mundo: Tolhuin, un pueblo ubicado en Tierra del Fuego. En este documental se ocupa de temas cotidianos y muestra al hombre en contraste con la inmensa naturaleza.
Si bien la directora Franca González nació en General Pico (La Pampa), siente fascinación por el frío y los paisajes nevados. Así lo demuestra en Tótem (ver crítica aparte), que la llevó a viajar al norte de la isla de Vancouver, sobre el Pacífico canadiense. Y el mismo día que Tótem también se estrena en la pantalla grande su más reciente documental, Al fin del mundo, para el que González volvió a elegir el frío, en este caso, del otro lado del mundo: el pueblo Tolhuin, ubicado en Tierra del Fuego, donde las condiciones climáticas son muy adversas, los vientos soplan a más de 120 kilómetros por hora. Y tiene la siguiente particularidad: la mayoría de sus habitantes nacieron fuera de la isla.
Al fin del mundo muestra la rutina de pobladores de Tolhuin: desde una señora mayor cuyo marido se suicidó y ella decidió construir la tumba en el fondo de la casa para llevarle flores periódicamente, pasando por otra mujer que maneja un camión que transporta leña (allí para los trabajos pesados no se distingue por género), hasta un hachero que vive prácticamente aislado y que tiene un método especial para trabajar la madera. Son todos seres silenciosos y solitarios. Porque si hay algo que distingue la caracterización de este pueblo que realiza González es el tema de la soledad, el hombre frente a la inmensa naturaleza sintiéndose un poco insignificante. Por eso no resulta llamativa la incorporación de Roberto, un personaje pintoresco que tiene pensado organizar un carnaval de invierno porque en esa estación del año “la gente se entristece”. Que apenas termine de bañarse Roberto llame al intendente del pueblo desde su celular para comentarle la idea de este evento permite entender que las relaciones humanas –y de poder– no tienen nada que ver con lo que sucede en pueblos más grandes. Ni qué decir si se trata de ciudades.
Y hablando de ciudad, Al fin del mundo es un documental pensado para el mundo urbano: allí donde los habitantes de Tolhuin verían solamente rutinas típicas de sus modos de vivir, el ser urbano podrá descubrir que esos paisajes dominados por el color blanco y tan soñados a la hora de pensar las vacaciones, tienen sus riesgos, sus problemáticas para quienes viven allí. Es un punto a favor de González que Tolhuin sea descripto en toda su dimensión: no sólo por su belleza (esto sólo sería un registro cuasi turístico), sino por las limitaciones que les impone a sus pobladores. Pero así como hay momentos de tensión también hay espacio para la diversión: el mismo lugar les permite a los chicos divertirse tirándose en gomones por una ladera nevada.
Es fácil intuir que Al fin del mundo fue un documento difícil de concretar por las condiciones climáticas. Sin embargo, a juzgar por las imágenes, la directora “puso el cuerpo” en el lugar, incluso en una fuerte tormenta de nieve que muestra los problemas que acarrea en el exterior de algunas viviendas. González también metió la cámara en el interior de algunas casas para conocer, por ejemplo, cómo cocinan las mujeres, cómo se abastecen de madera para prender los hogares a leña, cómo consiguen el hielo para hervir agua e, incluso, cómo se vive una clase de matemática en un colegio que funciona casi de noche y al que asisten jóvenes y personas mayores.
Tanto adentro como afuera la cámara de González parece imperceptible para sus personajes, otro de los méritos de la directora, que no les hace sentir el peso de la imagen. Así logra registrar, sin filtro, cuando los pobladores hablan entre ellos: por ejemplo, el momento en que dos hombres conversan sobre la enfermedad de uno de ellos, o cuando dialogan sobre una severa nevada que afectó la vivienda, o que llegó la nafta al pueblo y que el barrio estuvo sin luz. Se trata de un documental de observación, donde no hay preguntas ni respuestas, mucho menos voz en off, sino descripciones de un mundo ajeno al bicho de ciudad. Al fin del mundo es también un documento valioso de una geografía de difícil acceso. Termina dándole brillo y colores al predominante blanco del paisaje con la concreción del Carnaval de invierno del que participan los vecinos de Tolhuin.