Distinto de Luján es el doble mosaico que Raúl Perrone ofrece con Los actos cotidianos y Al final la vida sigue igual. Es cierto, también aquí tenemos acciones que se suceden en esa pequeña aldea (Ituzaingo) con la que el artista pinta el mundo; también se despoja de actores profesionales para contar la vida diaria y, de paso –cañazo-, agudiza su poder de observación desde el estado prácticamente natural de su cámara, los registros realistas de las actuaciones de sus criaturas y la cotidianeidad de las situaciones por las que pasan.
La cámara de Perrone, además, rara vez toma a la gente de frente; la mayoría del tiempo están de perfil o con tres cuartos de la cara visibles. Hay también en su trilogía una idea de mostrar a los ciudadanos mientras desnudan la condición en la que viven a través de su hacer y su decir. El director lo hace sin echar culpas y sin tomar partido por ninguna ideología o partido. Y, sin embargo, éste posiblemente sea el tríptico con más contenido político en mucho tiempo.
Después de todo, esta trilogía reflexiona permanentemente sobre la calidad de vida, la educación, el poder adquisitivo, las oportunidades y la vida digna, todo enmarcado en un contexto en el que la vida ideal parece estar en un lugar muy lejano.
Esto queda plasmado en la película en varias charlas y en el zapping televisivo. Por ejemplo, hay un momento en el que se muestra a una señora en plano americano, parada en una pieza con paredes agrietadas. La mujer está despintada, las conexiones eléctricas se notan precarias y hay humedad en el techo. Mira la tele y, visiblemente interesada y consternada, ve cómo los hijos de Michael Jackson -fallecido hace horas- van a estar bien con todos los millones de dólares que van a heredar.
Este tipo de humor, nacido desde una profunda observación, impregna a ambos largometrajes del agridulce sabor de la realidad. Así es como en casi todos los personajes de estas películas veremos, al mismo tiempo, resignación y esperanza.
Mientras que Luján se centra en una generación a la que podríamos llamar de la tercera edad, Los actos cotidianos se detiene en la vida de una pareja joven (de unos veintitantos), cuya situación económica es muy complicada para ambos -para la hija de ella y el hijo de él-. El nexo hacia Al final la vida sigue igual será la madre de ella, que adquirirá en esta última otro tipo de protagonismo.
Las tres películas pueden vivir una sin la otra, pero claramente es mucho más interesante transitar el recorrido del tríptico con la paciencia que se requiere al entrar en un museo. Eso y la contemplación son los secretos para que cualquier espectador dé de sí mismo lo necesario para disfrutar del arte y sus propuestas.