Oliver Stone fue ganador de dos premios Oscar, por “Pelotón” (1986) y por “Nacido el 4 de Julio” (1988). Ya en esas realizaciones, que contenían ficción, podía vislumbrarse su veta documentalista, la que quedó firmemente impresa con la trilogía compuesta por “Comandante” (2003), “Persona no grata” (2003) y “La mirada de Fidel” (2004) la que lo situó dentro de los cineastas que se comprometen con temáticas trascendentales, a las que, en ocasiones imprime una tendencia y en otras, deja abierto un interrogante que el espectador tendrá que elaborar. Este método ya había sido evidente en su obra “JFK” (1991), a la que se considera lo mejor, hasta el presente, de toda su carrera cinematográfica donde directamente señala que el asesinato del Presidente Kennedy de los EE.UU. fue resultado de una conspiración.
Algunas de sus obras de ficción argumentalmente tienen un basamento en la misma vida de Stone, como las que tocan el tema de la Guerra de Vietnam en la que él participó activamente, o contienen una punta de “provocación” al tener en su guión subtramas con temas discutidos por diversos ámbitos sociales, como lo hizo en “Alexander” (2004) donde al contar la vida de Alejandro Magno incluyó la relación homosexual que éste mantuvo con Hefestión.
Vuelve esta vez, en la realización que comentamos, al documental, con un viaje por Sudamérica para reportear y poner en la “vidriera” la relación del gobierno de los EE.UU. con siete de los regímenes políticos imperantes en América del Sur, los de Venezuela, Bolivia, Brasil, Argentina, Paraguay, Ecuador y Cuba.
Stone, quizá para seguir con su estilo provocador, vuelve a casi comprometerse con sus entrevistados al aparecer él mismo mucho tiempo en pantalla en conversaciones que llegan al coloquio con los presidentes de los países nombrados, algo que la crítica especializada internacional siempre le ha señalado como no adecuado en los documentales y que es una actitud que le ha valido manifiestamente la reprobación de los cubanos residentes en Miami.
El realizador estadounidense señala esta vez como mensaje directo que los procesos de elecciones que llevaron a los presidentes Chávez, Morales, Da Silva, Fernández de Kirchner, Lugo y Correa al poder, y la “herencia gubernamental” de Raúl Castro, son en realidad, más que un resurgimiento de la Izquierda, una pacífica revolución sobre la que EE.UU. aún no ha tomado una clara decisión.
La edición de este documental, en la que se intercalan continuamente comentarios accesorios sobre el pasado y el presente de cada país, es muy ágil. Con escenas y encuadres atractivos que en ningún momento aburren al espectador y que, según la ideología política que cada uno tenga, arrancarán una sonrisa o un gruñido.
Y mucho más allá de lo que se piense políticamente de manera individual, se puede señalar que se trata de un extenso documental en el que es evidente el profesionalismo cinematográfico de su realizador.