Hay una sola cosa que puede salvar a Al sur de la frontera de ser condenada por ignorante y torpe a más no poder, y es el hecho de que la película es susceptible de ser leída más como el descubrimiento personal del director que como un verdadero documental sobre los gobiernos latinoamericanos. El problema no es la toma de posición de Stone sino su limitadísima visión sobre el tema: salvo por algunas excepciones como Chile, Colombia o Uruguay (que no aparecen en la película), para el director América Latina es un bloque compacto y homogéneo de ideología “bolivariana” donde los países se levantan contra la opresión de los grandes poderes políticos y económicos del mundo (en especial Estados Unidos y sus organismos satélite, como el FMI). El panorama que pinta Stone es impreciso y maniqueo cuando no directamente equívoco: no hace falta estar demasiado al tanto de las realidades políticas del continente para entender que gobiernos como los de Chávez, Raúl Castro o los Kirchner difícilmente puedan ser encajados en una misma etiqueta ideológica. Stone fuerza los conexiones entre los países y el resultado es casi el de un libro de Historia de primaria, en donde todo aparece simplificado de manera burda para una comprensión rápida y segura. Además, al presentar a América Latina como un todo unificado, la película le resta a cada país sus particularidades (geográficas, políticas, sociales) y propone una visión anacrónica e idealizada: el continente viene a ser algo así como un resto colonial que se levanta contra la tiranía imperial (ahora estadounidense en vez de europea) como en una mala película histórica, con villanos y héroes carismáticos incluidos.
El final, cuando Stone habla de Fidel Castro y lo compara con el personaje de El viejo y el mar, ofrece la clave de lectura necesaria para hacer un análisis más o menos correcto de la película: Al sur de la frontera no debe verse como un documental político sino como el descubrimiento (cómodo, parcial, a destiempo) de un tema por parte de su director. Las críticas nada nuevas lanzadas contra CNN y Fox News o el relato de cómo los medios masivos de Venezuela se pusieron del lado de la derecha durante el de golpe de estado realizado contra Chávez, son apenas el ingrediente político con el que Stone trata de imprimirle a su película un carácter militante y comprometido, pero el trazo grueso y las simplificaciones dejan expuesto al director como un pésimo comentador del estado de cosas del mundo. Así, la película también puede ser leída como otro discurso generado por los poderes a los que pretende atacar: la falta de conocimiento sobre los países recorridos y su intento de convertirlos en representantes de un supuesto movimiento bolivariano a escala continental (?) parecen estar en función más de una mirada exótica y pintoresca proveniente de esos poderes que de una opinión crítica sobre los mismos.