Oliver Stone meet Michael Moore
Ya desde el título, el director Oliver Stone asienta su punto de vista: el de norteamericano ombliguista ajeno a la existencia de un mundo más allá del Río Bravo. Al sur de la frontera (South of the Border, 2009) no es sino la mirada de un norteamericano que explorando la cartografía, parece descubrir que el sur también existe.
Virtual eslabón continuista del díptico sobre el líder cubano Fidel Castro que edificó en Comandante (2003) y Looking for Fidel (2004), el director de la oscarizada Pelotón (Platoon, 1986) y JFK (1991) se pone en el papel de periodista y parte fronteras abajo en búsqueda de la nueva frecuencia policía que, supuestamente, emiten estos países: la revolución bolivariana que motoriza el “socialismo del siglo XXI".
El norte al que apunta Al sur de la frontera se establece en la primera escena, un fragmento del paradigma del chauvinismo y conservadurismo republicano que es Fox News, donde una periodista (¿periodista?) se indigna con el presidente venezolano Hugo Chávez, quien supuestamente confesó su adicción al “cacao”. La cara de los colegas evidencia el equívoco: el objeto de perdición del bolivariano no era el cacao, sino la coca. Como un paladín de la verdad, Stone construye un film para socavar el falso ideario que la perorata mediática de CNN y demás cadenas cimentan en una sociedad poco adepta al cuestionamiento y reflexión de lo consumido. Como docente de primaria, conciente de un espectador poco lego en asuntos internacionales, deja de lado el tono socarrón y pedante de Michael Moore y opta por posicionamiento distinto, el de mirar y analizar desde la óptica de un par, con la ignorancia propia de un ciudadano común.
Al sur de la frontera es ante todo la road movie iniciática de quien se dispone a descender hasta el supuesto infierno latinoamericano no tanto por instinto periodístico como por la curiosidad socio-política de este supuesto nuevo fenómeno. De allí que los minutos iniciales retratan la frescura y la sorpresa de esa exploración, una mirada casi antropológica obnubilada por el líder venezolano Hugo Chávez, empatía fortalecida por un pasado que los hermanó en las armas. “Comprendo lo que sientes”, lo consuela el veterano de Vietnam al mandatario cuando éste le confiesa que aún carga con la muerte de sus compañeros en la intentona militar contra el ejecutivo de turno, Carlos Andrés Pérez, en 1992.
En ese panegírico bolivariano subyace fulgorosa la crítica a los medios de comunicación. Como un artesano del found footage, Stone reutiliza imágenes generadas por distintos noticieros sin distinción de ideologías, desde los más republicanos hasta los antónimos progresistas, para darles el significado opuesto. Deja traslucir el poder de la manipulación, el trastoque malintencionado de lo fáctico para el beneficio de intereses espurios. Las mismas escenas que dieron cuenta de un hipotética rebelión pro-libertad del hastiado pueblo venezolano por el “tiránico” Chávez, ahora son la antitesis: la crónica de la intromisión norteamericana en un golpe militar que, como el de Argentina en 1930, olía a petróleo.
Dejada atrás la tierra de Simón Bolívar, Stone, quizá perseguido por la posibilidad latente de un metraje extendido, apelotona mandatarios que, independientemente de la adhesión del espectador al modelo político que pregonan, poseen una indudable riqueza ideológica que enriquecería cualquier film. Desde ahí la espontaneidad muta en falta de rigor y la frescura en crasitud informativa. Sin capacidad de repregunta, virtud que sí muestra Michael Moore, Stone se imbuye en el juego que cada político le propone. Desde la timidez de Evo Morales y su respetuoso tutorial sobre cómo mascar coca, hasta la prepotencia de Cristina Fernández y su tour hogareño, el norteamericano deviene en marioneta y la búsqueda se rumbea hacia el lugar común del latinoamericano ignorante. Al sur de la frontera ya no es la desmitificación sino su opuesto: la certificación de que todo preconcepto es correcto.
Al sur de la frontera termina desangelada, presa de clisés y subrayados. La canción que acompaña los créditos lo ilustra a la perfección. Para ellos, Latinoamérica fue, es y será una región bananera.