Aladdín

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

La nueva adaptación live action de los clásicos animados de Disney, "Aladdin", de Guy Ritchie traspasa correctamente el espíritu del original animado haciendo especial hincapié en el musical y la aventura clásica. Desde que Disney decidió adaptar en versiones live action sus clásicos animados; cada “nueva entrega” despierta incertidumbre sobre cómo resultará el traslado, cuánto se respetará (el clásico “no arruinen mi infancia”), y cuánto tendrá de impronta propia.
Un dato llamativo es que la empresa del ratón contrate directores de prestigio para realizar estas adaptaciones (dejamos afuera a "101 Dálmatas" y su secuela porque fueron hechas hace años, antes de proponerse adaptar todos o varios clásicos), lo cuál también plantea la duda sobre si ese director tendrá la libertad de plasmar su estilo, o es un mero trabajo por encargo.
Hasta ahora, hubo de todo, las más fieles ("La Bella y la Bestia", parcialmente "La cenicienta"); y las que más cambios introdujeron ("Mi amigo el dragón", "Dumbo"). Así, llegamos a "Aladdin". La adaptación del clásico animado de 1992 implica un desafío extra sobre el que apuntaron todos los cañones. A diferencia de las anteriores, aquella tiene un personaje central muy identificado con un actor; el Genio tenía la voz e impronta de Robin Williams.
¿Cómo remplazarlo? Con todas estas dudas, es el inglés Guy Ritchie el designado para hacerse cargo de la adaptación, probablemente pensando en un film más de aventura que los anteriores.
En efecto, "Aladdin" (2019) desborda en aventura y en esencia de musical. Por supuesto, la historia es mucho más fiel al film de Ron Clements y John Musker que al anónimo cuento de "Las mil y una noches" al que apenas se hace mención en la canción de introducción Arabian Nights. En el ficticio pueblo de Agrabah, Aladdin (Mena Massoud) es un ladronzuelo huérfano que roba pequeñas mercancías junto a su mono Abu; y desde el vamos queda claro su noble corazón en solidarizarse con los desvalidos. En una de esos recorridos por el mercado, defiende a una mujer que es acusada de robarse un pan para dárselos a los pobres.
La química entre ellos nace al instante, y ella se presenta como Dalia, la doncella de la princesa; aunque en realidad es la propia princesa Jasmine (Naomi Scott) en una de sus escapadas para relacionarse con la plebe. Aladdin queda prendado de Jasmine, pero ella sólo puede formalizar con un príncipe para que este pueda heredar el trono de sultán.
Cuando el destino quiera que se cruce en el palacio con Jafar (Marwen Kenzari), el pérfido visir del Sultán, este tienta a Aladdin con darle las monedas suficientes para que deje de ser un ladrón, a cambio de que consiga un preciado tesoro dentro de una cueva, una lámpara. Una vez adentro de la cueva, Abu comete un error, y en medio de la cueva desmoronándose, frotarán accidentalmente la lampara de la cual despertará un genio (Will Smith) que le concederá tres deseos.
El primero de ellos será convertirlo en príncipe de Ababwa para ir a conquistar a su amada Jasmine… Con ligeros cambios, la historia es la misma; con canciones nuevas, y otras que no están, o no son exactamente iguales. Los mayores cambios vendrán desde es el aspecto visual, y en el guion con una bajada de línea más acorde a la coyuntura actual.
Tal como había sucedido con "La Bella y La Bestia", ahora Jasmine es más importante que entonces, y tiene un ímpetu más fuerte e independiente. En sus 128 minutos son pocos los minutos de descanso de "Aladdin". La movediza cámara de Guy Ritchie acompaña la aventura, lo cual hace que nunca aburra y el tiempo pase rapidísimo.
Ritchie es un director acostumbrado a los films de acción modernos. Al contario de lo que se podía esperar (recordar su completamente fallida "Rey Arturo"), su versión de "Aladdin" es de aventura bien clásica. El protagonista salta de una tienda a la otra, entre los techos, por los toldos, corre, se escabulle, se escurre entre sables; pero nunca lo hace de un modo convulsivo, sí muy dinámico.
La impronta del director apenas se notará (sobre todo en el último tercio del film) con algún ralentí, y algunos encuadres y movimientos con su sello. Por el resto, es un film por encargo. Hay en estos momentos de aventuras homenajes al videojuego de Sega Génesis, uno de los mejores juegos de plataforma de aquella consola. "Aladdin" respira el aire de Bollywood, a la aventura le suma coreografías, cuadros de danza, y mucho musical enfático.
En el contraste de colores llamativos que encontramos tanto en la escenografía como en el vestuario, no sólo recuerda a la industria fílmica de la India (sí, es en Arabia, pero todo huele a India imperial) sino a un espíritu clase B pretendido y muy logrado. Las canciones invitan a mover el pie en la butaca, y la comicidad es muy bienvenida. Siempre se ve con una sonrisa amplia, como un buen musical alegre.
Sorpresivamente, esta "Aladdin" es el live action que mejor ha captado el espíritu de la animación original, cuasi caricaturesco. Hay entre los personajes quienes ganan y quienes pierden. Mena Massoud tiene el carisma necesario para encarnar al protagonista, siempre simpático, y creíble en su torpeza de querer actuar como príncipe. La química tanto con Jasmine como con el genio es correcta. Jasmine gana espacio, es más decidida que antes, pelea más por sus derechos.
Naomi Scott se luce como una notable cantante, pero también tiene la suficiente presencia escénica como para que posemos los ojos sobre ella. Es la perla de la película. Su interpretación de la nueva canción Spechless (que refuerza el feminismo del film) es uno de los puntos más altos de la película, y podría escalar al status de canción Disney clásica. Ahora, el meollo de los comentarios, Will Smith haciendo de genio.
No, no es Robin Williams, tampoco lo intenta. Will Smith hace lo suyo: cuando no intenta ganar un Oscar haciendo insufribles dramas, logra buenos roles en comedia, y este es uno de ellos.
Desborda en carisma, le pone su sello (es un genio de Arabia con modismo afroamericanos, no busquen nada de verosimilitud, está bien que sea así), y hasta se permite homenajear en una secuencia a sus inicios en la serie "Fresh Prince of Bell Air." Estéticamente está bien, no abusa del CGI que le hubiese restado el carisma natural del actor. El código de amistad entre Aladdin y el Genio es creíble, y arrancar varios momentos de humor efectivo.
Entre los secundarios, Nasim Pedrad como Dalia es quien más se luce a puro histrionismo. Por desgracia, los villanos no están a la altura del original. Jafar es uno de los villanos más recordados del Disney post "La sirenita"; y en esta ocasión Marwan Kenzari no logra destacarlo, y el guion tampoco le da demasiado espacio. Más llamativa es la poca participación de Iago, el perico de Jafar, otrora comic relief, que ahora apenas si hace algunas apariciones.
El sultán de Navid Negahban tampoco tiene las características humorísticas de antes. Sin embargo, estos personajes que no consiguen equipararse al original, sólo flaquean ante la comparación; si el film es analizado individualmente, todos son funcionales a lo que "Aladdin" (2019) propone. Aladdin supera las expectativas, es una propuesta muy divertida, atractiva, con buenos homenajes, y siempre en el clima correcto.
Quienes tengan más presente al film original le encontrarán algunos detalles, nada que afecte en demasía al resultado final. Ante tanta superproducción bombástica, esta es una de esas películas que nos ofrece una historia sólida y un ritmo de aventura clásica bien sostenido, no se le puede pedir más.