Aladdin quedará en el recuerdo como la primera película impersonal y desapasionada de la filmografía de Guy Ricthie.
Un artista que a lo largo de su carrera siempre impuso la impronta del cine de autor en todos los proyectos que abordó.
Ya sea que trabaje el género gánster, el thriller de espionaje o la fantasía, en sus obras se puede reconocer con facilidad un estilo propio de realización. En esta oportunidad Ritchie realizó el film bajo el látigo del ratón Mickey, quien fue el verdadero director de esta remake.
A lo largo de la trama el cineasta inglés muestra una mínima rebeldía ante el yugo del ratón y en ocasiones aparecen pinceladas de su arte pero son muy escasas. El panorama que ofrece esta producción es muy decepcionante porque ante un artista de estas características se podía esperar un poco más.
Podemos resaltar una secuencia de acción donde Ritchie incluyó una linda referencia a El Ladrón de Bagdad (1924) con Douglas Fairbanks, pero en general se nota que esta película no es suya.
Aladdin no deja de ser otro exponente que consolida la peor crisis creativa en la historia de los estudios Disney.
Con toda la plata del mundo no se les cae una idea y acuden a estos refritos insulsos, destinados a un segmento del público que alaban estas cosas por la nostalgia de su infancia.
En Dumbo, que era otra remake innecesaria, al menos tenía las características del arte de Tim Burton y el director trabajó al personaje con una historia completamente diferente. Había cine, ideas y momentos emotivos. En esta producción siguieron el mismo camino que La bella y la bestia, donde se limitaron a copiar el clásico de 1992 sin aportar nada relevante y lo poco que agregaron encima resultó fallido.
El lenguaje cinematográfico de los dibujos animados tiene características propias que son imposibles de clonar en un espectáculo live action. Por ese motivo las secuencias de acción, las personalidades de los protagonistas o el clímax de la trama, que era emocionante en la versión original, acá se recrea de un modo forzado.
En Aladdin todo se ve falso y la narración jamás consigue conectarnos con la magia de la obra original.
Más que una película este estreno parece un espectáculo teatral de los parques temáticos de Disney filmado para una pantalla de cine.
Esa es la sensación que tuve durante el visionado.
El protagonista se desenvuelve en un mundo donde las calles de Bagdad lucen demasiado limpias y el resto de los personajes, hasta los comerciantes pobres, aparecen impecablemente vestidos.
Resulta increíble que con un presupuesto de 183 millones de dólares, en pleno 2019, no pudieran lograr que las secuencias de vuelo con la alfombra mágica se vieran reales. Los efectos digitales en generan se perciben muy artificiales.
En lo referido al reparto, las actuaciones son de medio pelo salvo por dos excepciones. Will Smith es la gran figura que levanta por completo el aburrimiento que genera este film donde no hicieron nada creativo con este clásico personaje de Las mil y una noches.
Smith tuvo la inteligencia de no copiar la emblemática interpretación de Robin Williams y construyó un personaje diferente que no se apega al genio de la versión animada.
Sus intervenciones son muy amenas y es una pena que el resto de la película no siguiera el mismo camino.
Naomi Scott como Jazmín sobresale con una gran interpretación vocal en las secuencias musicales, pese a que Disney arruinó el personaje con la ya irritante agenda progresista. En esta película la protagonista tiene toda una subtrama de empoderamiento femenino que resulta un lugar común innecesario.
En la historia de esta compañía la princesa Eilonwy de El caldero mágico (1985) y Jazmín, en Aladdin, fueron las pioneras en romper con los arquetipos femeninos en largometrajes de animación.
En el caso de la princesa árabe ella ya era un personaje empoderado, independiente y autosuficiente.
Resaltar esto con la nueva canción Speechless, de un modo tan burdo, es un lugar común que se siente completamente forzado por la agenda política del estudio. La canción es buena pero parece pertenecer a otra película.
La verdad que cuesta mucho entender las alabanzas a este film cuando convirtieron a Jafar, uno de los mejores villanos que brindó el estudio en su filmografía, en un personaje tonto que además terminó completamente desdibujado en la remake.
La culpa no es del actor Marwan Kezari, que es un buen artista, sino del guión y la dirección que no le dieron el espacio para sobresalir un poco más en el rol.
Quienes busquen una salida de karaoke para cantar los clásicos de esta banda de sonido tal vez la disfruten más, ahora como propuesta cinematográfica Aladdin es de lo más olvidable que brindó la filmografía live action de Disney en el último tiempo.