Serás lo empoderada que debas ser… o no serás nada.
El relato pretende replicar casi punto a punto la versión animada de 1992: misma música, misma estructura dramática, mismo diseño de personajes, que presentaba la gran producción del tándem Clements- Musker. El fracaso de ese objetivo puede explicarse a partir de múltiples factores, pero todos ellos se sintetizan en una carencia completa y sideral de ideas, sumado a la incapacidad de aprovechar algunas líneas narrativas que podrían haber hecho del relato un producto de mayor dignidad, sino artística, al menos narrativa.
El principal defecto es, a mi modo de ver, la dependencia estructural, ya no del argumento sino de todo el diseño del film del ‘92, respecto del cual esta producción no consigue emanciparse, ampliar, o hacer siquiera justicia. Y esta debilidad se hace especialmente notoria en el personaje que debiera sostener la comicidad a lo largo del relato, a saber: el personaje del genio que encarna Will Smith. A favor del actor de Hombres de Negro, debemos reconocer que no es gran cosa lo que éste ha podido hacer con un corset tan fuera de tono para su psicología; el diseño de este personaje fue creado para el actor Robin Williams, quien con su increíble histrionismo y capacidad especial para el humor absurdo, hizo de la película animada un festival de gags que eran especialmente adecuados para el tipo de recursos que disponía Williams, que no son del mismo tipo de los que dispone Will Smith. Pedirle que realice los mismos diálogos, y que encarne a un mismo tipo de carácter ha sido una torpeza, no sólo por lo que no podía hacerse, sino por lo que no se ha podido/sabido aprovechar de los recursos con que esta producción sí contaba (un defecto que encontramos también en el aspecto argumental, como mencionaremos a continuación).
El único aspecto que la película presenta como desvío de la producción anterior está asociado con el personaje femenino de Jazmín, y su deseo de gobernar para el bien de su pueblo. Y en este sentido, creo que se da el único aspecto realmente interesante que se puede analizar del film. Esta línea narrativa, que pudo servir como plataforma para reencauzar el argumento, queda sin embargo sin efecto alguno. Se nos muestra de entrada a una Jazmín que sale del palacio para conocer cómo vive el pueblo, pero esa experiencia se agota con la persecución inicial, y del pueblo ya no sabemos más nada. El pueblo, que es la aparente principal preocupación de la princesa, es el gran ausente del relato; al enunciador del film no le interesa la motivación de Jazmín, y por eso no le brinda ningún espacio narrativo para su desarrollo. En este aspecto, el enunciador como Jaffar parecen cortados por diseñados por la misma tijera de Disney; la misma insensibilidad que manifiesta el Visir, la ostenta el enunciador que se hace cargo del relato, y que mantiene al pueblo marginado de todo lo que no sea un elemento del decorado, un contexto políticamente correcto para el desarrollo del romance individual. Si se trata de desarrollar la motivación interna de un personaje femenino fuerte y comprometido, no alcanza con las manifestaciones de panfleto que enuncia la muchacha, hubiese sido necesario mostrar la miseria del pueblo, las injusticias sociales del sistema de castas.
En este punto creo que aparece una cuestión significativa en torno a la dupla Jazmín/ Aladdín. Tanto en la película animada como en la versión que nos ocupa presentan lo que en términos narrativos podemos llamar personajes gemelos, cuya destinación a la unidad amorosa parece estar justificada por la identidad de los caracteres. Esta identidad se presenta en dos niveles: ambos personajes son esclavos de su circunstancia de clase, ninguno de ellos es realmente libre para estar/realizar su deseo personal; ambos ponen en acto una simulación de identidad para transgredir esa ley ancestral que les impide entrar en contacto. En los dos casos, la simulación de Aladdín no sólo resulta más exitosa, sino que ocupa mayor tiempo en el relato, pues se ve fortalecida y ampliada dramáticamente con el elemento mágico que le aporta la presencia del genio. Esta asimetría en la simulación no es sólo material sino también valorativa, pues hay una relación inversamente proporcional entre peso narrativo de la simulación y juicio moral negativo por el aparentar ser quien no se es. Todo el relato tematiza el pecado de vanidad de Aladdín de aparentar ser lo que no es, y es este engaño el que aparentemente lo deja mal parado frrente a Jazmín y el Sultán, quienes no obstante finalmente reconocerán el valor de aquel diamante en bruto. Sin embargo, no se menciona nada en absoluto de algún tipo de enojo u ofensa por parte de Aladdín al enterarse éste de que Jazmín tampoco es quien dijo ser.
Hasta aquí lo que ambas películas tienen en común en torno a la pareja protagonista. La película anterior presentaba todavía una identidad más: para ambos la motivación era el encuentro amoroso, y eventualmente la libertad individual frente a la imposición social que la concreción de ese amor les significa. Sin embargo, en la versión actual esto queda alterado; Aladdín presenta las mismas motivaciones amorosas que su versión animada, pero Jazmín exhibe ahora una complejidad que la versión del dibujo no manifestaba. Jazmín anhela el gobierno y tiene unas motivaciones políticas muy alejadas de las motivaciones pasionales que manifiesta Aladdín. De hecho, Jazmín realizará las dos motivaciones (política y amorosa), puesto que deviene Sultana, mientras que Aladdín cumplirá una sola, ser el esposo de la sultana. Esta curiosa asimetría que plantea el film queda, no obstante, truncada por su falta de organicidad en la estructura. Ya hemos dicho que el relato no da lugar a esa parte política que aparentemente es el motor (si no principal, al menos compartido) del personaje. A esto cabe agregar un dato significativo. En el film animado la unión amorosa era lograda porque el Sultán decide cambiar la ley a puro esfuerzo de voluntad; aquí en cambio, se designa a Jazmín Sultana para tener injerencia en la ley. Ahora bien, resulta que su primera actividad como legisladora es una modificación puramente personal que atiende a su interés amoroso, dejando todo lo que la movía del pueblo al que dice amar, en segundo término. En este sentido, hallamos una solidaridad de casta entre este film (y su mundo diegético) y aquel que representa la película rusa La princesa encantada. Ambas narraciones manifiestan una misma intolerancia a la excesiva libertad del personaje femenino, para ambas parece ser cierto que aquellas motivaciones femeninas que escapen al espíritu canónico y patriarcal donde la mujer debe ser objeto del varón, no merecen ser tomadas en serio.
Se dirá que de haber tomado en serio estas decisiones del personaje femenino (haber dado lugar a su motivación política) hubiese alejado al film de ese tono Disney con el que la empresa pretende encarar cualquier relato. Es verdad. Y, de hecho, somos conscientes de que el mejor Disney (como gran parte del mejor cine de Hollywood) se realiza cuando sólo se preocupa de su propio Mundo Construido, cuando huye de todas las contingencias y deviene en ese mundo de hadas de la modernidad. Pero esto nos pone delante de un dilema interesante: o bien ese Mundo debe desaparecer para que tenga lugar esta otra realidad en la que se empodera a la mujer, en la que intervienen las minorías étnicas, etc. o quedar condenado a una representación autocentrada y conservadora. ¿Cómo reproducir ese relato conservador en un mundo contemporáneo donde las mujeres reclaman otros mundos para ellas; donde los pueblos piden mayor espacio que el que los poderosos quieren darles cuando hablan en nombre suyo? ¿Puede la mujer contemporánea tener un lugar propio en el Mundo de Disney? ¿Puede Disney seguir siendo en el mismo mundo que la mujer contemporánea pretende producir para sí misma? Ser o no Ser: ésa es la cuestión.