Esta no será la película que logre demostrar que este tipo de remake, de animación a acción real, vale la pena. Pero tampoco será la que convenza a Disney de abandonar este lucrativo uso de su propiedad intelectual.
El mundo fantástico de Aladdin, repleto de influencias árabes sin ningún atisbo de realismo cultural o histórico, era ideal para la animación, como se puede ver en la muy buena película de 1992. Replicado con decorados y personas, aunque con muchos efectos CGI, resulta un poco empalagoso y con una artificialidad no muy atractiva. Sin embargo, el film es entretenido y tiene suficiente encanto. Guy Ritchie aprovecha su expertise en las escenas de persecuciones por las callecitas de Agrabah y otras secuencias de acción muy dinámicas. El guion de John August tiene importantes cambios en cuanto a la princesa Jasmine, ahora un personaje más completo, con autonomía y deseos propios que van mucho más allá de encontrar al príncipe azul. En estos cambios y la inclusión de Dalia, otro personaje femenino que es una aliada para la princesa, se puede encontrar un motivo genuino para volver a contar esta historia.
Los ases en la manga de Aladdin son las canciones de Alan Menken, que siguen teniendo el poder de conmover, y las actuaciones. Will Smith está correcto como el genio de la lámpara, pero los que se ganan la atención son Mena Massoud y Naomi Scott, cuyos carisma y química le dan sentido a la trama romántica.