El bueno, el malo y el genio
Guy Ritchie es claramente un director desparejo y su fuerte es el género de acción, donde ha desarrollado su particular estética de filmación y edición de tomas que combina cámaras lentas y rápidas, acercamientos inesperados y tramas entrelazadas. Las mejores representantes de esta marca registrada son sus dos primeras películas, Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998) y Snatch (2000), films de gran calidad sobre la violencia y la marginalidad retratada por una cámara brutal donde el talento de Ritchie para construir historias y generar una acción vertiginosa y atrapante se destaca sin lugar a dudas. Después de sus dos primeros films Ritchie intentó dinamitar su carrera con Insólito Destino (Swept Away, 2002), una remake de Insólita Aventura de Verano (Travolti da un Insólito Destino Nell’azzurro Mare d’agosto, 1974), el aclamado film de la realizadora italiana Lina Wertmüller, para regresar unos años después a su marca registrada con Revolver (2005), film que no colmó las expectativas. Con RocknRolla (2008) y Sherlock Holmes (2009) Ritchie pareció haber combinado por primera vez su estética con las grandes producciones y recuperó algo de su originalidad bajo una producción más edulcorada y rimbombante. La secuela del detective londinense y la remake de El Hombre de Cipol (The Man from U.N.C.L.E., 1964), una serie de espionaje internacional de mitad de los años sesenta, no defraudaron al nuevo público masivo de Ritchie, tarea designada para El Rey Arturo: La Leyenda de la Espada (King Arthur: Legend of the Sword, 2017), donde el humor cínico devendría finalmente en socarronería necia. Aladdin (2019) es una apuesta inesperada para un director como el presente, acostumbrado a otro tipo de films. Si repasamos la carrera de Rithcie, rehacer con personajes reales el clásico de animación de Disney de 1992 de Ron Clements y John Musker no parece la mejor tarea para un realizador de estas características. He aquí el primer problema de esta remake.
Al igual que en la versión animada, Aladdin (Mena Massoud) es un joven delincuente que roba para vivir en la ciudad de Agrabah, pero su vida de forajido queda trastocada cuando conoce accidentalmente a la princesa Jazmín (Naomi Scott) y es capturado en el palacio por Jafar (Marwan Kenzari), el Gran Visir del Sultán, quien lo obliga a apoderarse de la lámpara mágica para cumplir sus anhelos de poder. Tras frotar la lámpara mientras se encuentra atrapado en una cueva, Aladdin descubre al Genio de la Lámpara, que le concede tres deseos al bandido enamorado, que pedirá convertirse en príncipe para cortejar a la princesa en el palacio. Salvo algunas escenas que cambian ligeramente y algunas más introducidas, el film es casi una copia de la versión animada de Disney que comenzaba en la década del noventa con la apuesta de una estética infantil más moderna que tendría en La Bella y La Bestia (The Beauty and The Beast, 1991), Aladdin (1992), El Rey León (The Lion King, 1994) y Pocahontas (1995) sus mayores éxitos.
La voz de Robin Williams como el Genio de la Lámpara de la historia de Las Mil y una Noches tiene su correlato aquí en la presencia física de Will Smith, el protagonista de films como Yo, Robot (I, Robot, 2004) y Soy Leyenda (I am Legend, 2007). Smith es el encargado de sostener el film con su sola presencia pero ni tiene el histrionismo de Williams ni puede hacer el milagro de salvarla de las malas decisiones de la producción y de Ritchie, que parece encadenado al film animado original a su pesar. Marwan Kenzari no logra componer a un villano carismático y Mena Massoud y Naomi Scott no consiguen hacer demasiado en una obra que hace agua en su idea nuclear de rehacer el opus de antaño hasta en sus canciones. Las nuevas versiones de las viejas composiciones no conmueven ni sorprenden y queda claro que el musical y Ritchie no se llevan demasiado bien. El director claramente no encuentra ningún reducto para desarrollar sus ideas y su estética, salvo en algunas escenas introducidas de persecuciones que no le agregan nada a la trama pero extienden innecesariamente la duración. Ya sea en sus colores, en su imaginación o en la utilización del humor como herramienta narrativa, y no como sucedáneo de la falta de ideas, el film original animado demuestra mayor valentía y seriedad en sus decisiones y al final de cuentas en cada una de las escenas comparadas la película animada demuestra más originalidad y vitalidad que su remake.
Aladdin es así un musical deslucido que reproduce y hasta exacerba todos los problemas generados por las decisiones basadas en el marketing cinematográfico actual que pone de rodillas a la creatividad de los grandes escritores y directores. El intento completamente descarado y abierto de imposición de la idiosincrasia y la cultura de las clases empresariales actuales en toda la sociedad, el abuso de la situación cómica para ocultar los evidentes problemas narrativos, la tesitura adolescente que atenta contra la propuesta infantil y la adultez de los protagonistas, y finalmente, la introducción de características y comportamientos de la época actual y particularmente de Occidente en la Arabia de la Edad Media, son algunos de los elementos que alejan al film de una genuina obra producto del talento y la creatividad para colocarla a cada paso en un intento de agradar a públicos diversos con la finalidad de generar más recaudación, fórmula que, paradójicamente, la mayoría de las veces no trae los resultados esperados. El Aladdin de Ritchie, que es una copia casi exacta del Aladdin de Ron Clements y John Musker pero con todas las decisiones narrativas mal encaradas, es en sí una fórmula remachada, parte de un plan empresarial de reeditar viejos éxitos que ya tuvo su farsa en La Bella y La Bestia y ya tiene preparada también la nueva versión de El Rey León. Desgraciadamente este Aladdin no logra construir un buen producto para el consumo cultural infantil, ni tampoco un producto de mínima calidad para los adultos o adolescentes, ni siquiera un producto nostálgico que recuerde lejanamente con cariño a la maravillosa película de la infancia.