Aladdín

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

Un mundo no ideal.

Siguiendo con el proceso de traducir los clásicos de Disney a versiones live-action, ahora le llegó el turno a Aladdin, uno de los films más queridos de la casa del ratón y de los más importantes de su época dorada de los años 90. Esta nueva adaptación, a cargo de Guy Ritchie, falla en todo su cometido de trasladar la gracia de la aventura animada a su artificiosa realidad. Los elementos que arruinan el bello relato basado en el cuento de Aladino y la lámpara maravillosa se encuentran en el intento de realizar una adaptación fiel al film de 1992: no todo lo que funciona en la animación tiene por qué funcionar con actores de carne y hueso… y CGI. Y eso es lo que pasa a ejemplificar una y otra vez esta nueva versión.

Una de las fallas más notables del film de Guy Ritchie es que dentro de la fábula narrada hay grandes problemas al recrear escenas calcadas del original. Pero lo que no ha sido tenido en cuenta es que mientras que el primer film jugaba con un humor muy de caricatura y con un tono muy autoconsciente, si se trasladan muchos de esos gags o presencia cómica a una estética dentro de todo más realista que está lejos de funcionar. Por un lado, esto se da principalmente con la presencia del poderoso genio de la lámpara (antes interpretado por el hilarante Robin Williams con su humor tan característico, ahora con un Will Smith carente de gracia y carisma), personaje a través del cual ocurre la mayoría del estrepitoso humor.

Por otro lado, el resto de los personajes principales tampoco fluyen de manera natural dentro de la creación del mítico reino árabe de Agrabah. Los roles protagónicos están divididos entre el experto ladrón Aladdin (Mena Massoud) que desea convertirse en príncipe y la bella princesa Jasmine (Naomi Scott) quien anhela ser la futura sultán del reino sin necesidad de tener que estar casada con un igual para ello. Si bien es una buena elección tener como protagonistas a un actor y actriz poco conocidos, lo cierto es que la artificialidad estética y actoral que rodea al desarrollo de la historia impide enérgicamente que se puede empatizar con estos personajes con tan poco carisma como química entre sí. De manera curiosa, el mejor personaje que funciona es uno que no pertenece al film original, y es el de la criada del palacio Dalia (Nasim Pedrad, actriz de SNL) que con su cómica presencia ofrece algunos de los mejores momentos.

Sin embargo, por más pequeños momentos que hagan más amena a la aventura musical que ofrece el director, es la totalidad del conjunto y la unión del mismo lo que sale perdiendo. Una escena clásica como lo es el vuelo sobre la alfombra mágica al son de la canción Un mundo ideal, aquí se ve representada con escaso virtuosismo y sentimiento en pantalla. Y no es que momentos como éste salen perdiendo en comparación con el film original, sino que visto por sí solo, el remake no posee un atractivo alguno que pueda interesar a toda la familia, como a lo que bien se supone que están dirigidos este tipo de producciones. Para los más pequeños indudablemente es un film que va a funcionar, pero no es uno que vaya a perdurar en la memoria de los más grandes, mucho menos a una mirada analítica, no tanto en relación a su contenido sino a su forma.

A pesar de que la variedad de números musicales, ligados a las canciones de la versión animada, no funcionan en pantalla, logran remitir nostálgicamente a lo bien logrados que estaban en la original. La inclusión de dos temas nuevos interpretados por Jasmine, si bien son fuertes en su intención haciendo oír la voz de una mujer que no dejará su destino a manos de los hombres, lamentablemente tampoco llegan a funcionar dado que se encuentran en discordancia con los momentos del film en que se encuentran. Todo lo mencionado es lo que termina haciendo que haya una falta total de intención en lo realizado y en sus descuidos estéticos y narrativos. Sin mencionar en los problemas de identidad étnica que posee el film al retratar el tono del film como una producción india cuando la historia se centra en personajes árabes.

Ni la relación de amor de Aladdin y Jasmine, ni los momentos humorísticos ligados al Genio, ni las malévolas intenciones del visir real Jafar (Marwan Kenzari), son situaciones llevadas a cabo de forma eficaz, también afectadas con un despliegue visual que sobrecarga constantemente a las imágenes sin poseer un elemento vital: entretenimiento. Así, mientras que Aladdin tiene tres razones para utilizar los deseos que el Genio puede cumplirle, el film de Guy Ritchie tiene razones de sobra para ser un producto fallido.