Una búsqueda por diferenciarse que resulta en un desacierto.
Thomas Meehan fue un célebre libretista de Broadway, de su pluma salieron musicales como Los Productores y Annie. Una virtud que le celebraban era su habilidad de saber el momento específico donde ubicar un número musical. Una virtud que se prueba fundamental y es necesario traer a colación a la hora de encarar uno de los muchos defectos que aquejan a esta versión live-action de Aladdín.
Un mundo completamente distinto… pero no para mejor
Antes de profundizar, saquemos del camino una cuestión que varios lectores seguramente desean saber: Will Smith. El actor, que fue el blanco de todas las controversias imaginables, es el menor de todos los males. A la hora de analizar su performance, es menester pasar por alto lo logrado por Robin Williams y su genio del ’92. No solo porque no le llega a los talones, sino porque Smith no pretende igualarlo, superarlo o siquiera tomarlo como modelo. Difícil no sentirse tentado por hacerlo y, sin embargo, su curso de acción fue inteligente: su interpretación no tiene mucho para elogiársele, pero tampoco hay cosas para recriminar.
Aladdín es una propuesta fallida por razones que exceden al Príncipe del Rap.
Su propuesta visual no está a la altura de la situación. Su uso del espacio, por ejemplo. Agrabah se supone que es un reino imponente (con sus barrios bajos, desde luego) pero esto es apenas un pueblo muy pequeño. Uno no puede pretender una ciudad a escala real, claro está, pero con todo el dinero que Disney tiene a su disposición, ¿no podían vender mejor esa ilusión? ¿Acaso todo el presupuesto de efectos visuales fue a parar para convertir a Will Smith en el Genio?
En su uso del color, la película no mejora: la influencia bollywoodescaes incuestionable. Si esto fuera la India, se podrían haber salido con la suya, pero esto es Arabia; lo que allá puede pasar como una paleta de colores exótica, acá parece una piñata. El contexto es clave.
En materia guion, pueden apreciarse las intenciones de reemplazar ciertas situaciones respecto de la original, pero en el resultado final esos reemplazos son reducidos a reveses dramáticos apresurados. Como que quisieron cambiar el lugar de desarrollo de algunas escenas respecto de la original, y para cuando se dieron cuenta que el cambio hacía más daño que beneficio ya era demasiado tarde, tenían que terminar la escena (y la evolución de la trama) de alguna manera.
Como si el flujo narrativo del guion no fuese suficiente inconveniente, su desarrollo de personajes no es mejor. El protagonista no tiene mucho carisma: su enamoramiento no es creíble y su viveza de la calle se percibe improvisada más que natural.
A la Princesa Jasmine de esta versión se la percibe un poco más asertiva e inteligente. Es una mujer que va más lejos que su predecesora animada: no solo desea su independencia, sino que se muestra determinada a gobernar. Todos estos rasgos de personaje, razonablemente establecidos, se echan a perder por enrostrarnos una agenda de empoderamiento que pudo haber sido manifestada de forma más sutil y orgánica.
El Jafar de este Aladdín no manifiesta intimidación alguna que pueda hacerlo comprensible como villano. Más que un visir manipulador, esta versión del villano está escrita con la lógica de un niño que se quiere vengar de los padres por no cumplirle un capricho.
Respecto a los números musicales de la película, debe decirse que aquellos que hereda del film original no consiguen cautivar, mientras que los números originales están puestos de relleno o son cuanto menos desubicados, sin sentido de la progresión dramática.