Alamar

Crítica de Iván Ramiro - EscribiendoCine

Compleja sencillez

En el 2010 Alamar (2009) se adjudicaba la distinción a mejor película del certamen BAFICI, que premia a las mejores producciones independientes. Primer largometraje del director belga Pedro González-Rubio , luego del documental Toro negro (2005), Alamar relata la historia de una pareja separada y de un nexo, hijo en común, que transita ambas realidades con un elevado porcentaje de entusiasmo e ingenuidad.

Dos personas completamente diferentes coinciden emocionalmente durante un verano en México. Jorge (Jorge Machado ) es un pescador humilde de origen maya. Roberta (Roberta Palombini ) es una italiana que padece cada segundo lejos de las grandes metrópolis. Fruto de ese afecto vacacional nace Natan (Natan Machado Palombini ) e inmediatamente se asenta con su madre en el continente Europeo. Los años pasan y Natan viaja a México para pasar un tiempo junto a su padre que, luego de avistar el fin de su visita, decide llevarlo a recorrer el arrecife de coral de Banco Chinchorro.

Para su primer largometraje, Pedro González-Rubio no termina por desenraizar de su núcleo narrativo algunos rastros de la estructura de documental. No porque sea incapaz de hacerlo, sino porque no lo necesita. En Alamar esos vestigios acompañan a un argumento esencialmente ficcional, complementan por su aspereza inherente a la línea coloquial del relato y terminan ensamblando, junto a algunos planos estáticos que sobresalen por mantenerse sobre una estricta línea de sublimidad contemplativa sin trastabillar hacia lo profuso, un producto riguroso, donde hasta sus brusquedades parecen estipuladas.

Si debe definirse un elemento predominante a lo largo de la cinta es la austeridad en todos sus aspectos y variantes aplicables. Ya sea por sus diálogos acotados o la modestia en el vestuario, la película se ve exenta de ampulosidades y de interacciones innecesarias. El trayecto narrativo que desemboca en las situaciones dramáticas está tan bien acompañado por los dictámenes ambientales que el director logra guarecer su obra alrededor de una coraza de verosimilitud pocas veces vista. Incluso si hubiese forjado a sus personajes y al mundo en el cual habitan acudiendo a los recodos más fantasiosos de su imaginación, todos resultaría factible y hasta familiar.

Además de su particular sensibilidad a la hora de afrontar la nostalgia que deviene del desarraigo afectivo, el director encuentra una cara atractiva a la monotonía religiosa y logra conmover sin fatalidades ni golpes bajos.