Si hay algo que se estuvo viendo en el BAFICI son lo cruces entre el género documental y la ficción. A veces son películas de ficción utilizando los elementos del documental (entrevistas, material de archivo, etc).
Pero otras veces, como en Alamar, lo que sucede es que la presencia de la cámara se olvida por completo, no se usa la voz de un narrador y uno se sumerge en una historia que nos cuentan y que, sin embargo, es un documento.
Jorge Machado y Roberta Palombini se aman durante tres años y de ese amor nace Natan. Frente a la imposibilidad de mantener la cercanía (Jorge vive en el arrecife de coral de Banco Chinchorro y Roberta en Roma), padre e hijo emprenden unas vacaciones donde se estrecharán los vínculos que, quizás, duren toda la vida, aunque el contacto directo no sea posible. El abuelo "Matraca" también comparte este viaje de aprendizaje generacional, mientras le enseñan al pequeño a bucear, a pescar, a domesticar a un pájaro magnífico al que apodan "Blanquita".
Alamar, es un festín para la vista, es sumergirse en un mundo desconocido y mágico, es volver a comprender que el cine crea y recrea la vida.