Supervivencia corporal
Anahí Berneri (Encarnación, Por tu culpa, Aire libre) retoma la exploración de los universos femeninos de manera visceral con la historia de una joven prostituta (Sofía Gala Castiglione), madre soltera de un bebé de año y medio, que deambula por la ciudad buscando sobrevivir luego de quedarse sin hogar.
Alanís (2017) es una película que observa de cerca la psiquis de su protagonista. Sin juzgarla ni mostrar una visión trágica de la prostitución marginal, vemos a Alanís moverse con conocimiento y vulnerabilidad por el barrio de Once, sus personajes y paisajes urbanos. Las prostitutas dominicanas, los locales de ropa a bajo costo, los hombres de pocas palabras (Carlos Vuletich, de El Perro Molina) y los clientes ocasionales que giran alrededor de la particular geografía de Plaza Miserere.
Sofía Gala Castiglione le pone el cuerpo al relato. Su actuación de mujer fuerte y frágil a la vez es impecable. Desde la primera imagen de la película la vemos totalmente desnuda realizar tareas domésticas (se baña, limpia su casa, amamanta a su bebé), como cualquier otra persona pero expuesta a mayores riesgos por su profesión, y motivada por impulsos que desconocemos. En revelarlos está parte del misterio del film.
La policía entra haciéndose pasar por clientes y clausuran el privado que alquilan con su amiga Gisela (Dana Basso), una mujer mayor que ella, a quien detienen por “trata”. “Es mi compañera” dice a la terapeuta de servicios sociales. La imposibilidad de comprender su universo es compartida por el espectador.
Siendo una película acerca de una prostituta se puede suponer que las escenas de sexo no tardan en llegar. Nada más alejado de eso, la única está sobre el final y es todo lo opuesto al erotismo. La máscara social utilizada para el intercambio sexual envuelve una violencia implícita desgarradora. La escena vale toda la película.
Participante de la competencia oficial del 65 San Sebastián, Alanís gira alrededor de su protagonista para trasmitir con vehemencia su lucha diaria para subsistir y esconder su dolor. Sin víctimas ni victimarios, el relato escapa a las explicaciones fáciles para adentrarnos en la complejidad del comportamiento humano. Allí donde las palabras sobran y las acciones marcan la vida de las personas, surge un film profundamente humano.