Un retrato sobre la prostitución
La realizadora Anahí Berneri regresa al igual que en su obra anterior, Aire Libre (2014), también escrita en colaboración con Javier Van de Couter (Mía, 2011), al costumbrismo cinematográfico a través de una historia cruda y descarnada sobre una prostituta que intenta sobrevivir junto a su hijo viviendo tan solo el presente sin poder mirar ni un segundo hacía el futuro.
Alanis (Sofia Gala Castiglione) es una prostituta que ofrece sus servicios sexuales junto a una compañera varios años mayor en un departamento. Debido a una denuncia de los vecinos del edificio el departamento es clausurado para ejercer la cualquier tipo de profesión en parte debido al vacío legal respecto del reconocimiento de la prostitución como labor y también por no contar con las características que exige la ley para que un departamento sea considerado apto para ejercer una profesión. Además su amiga, Gisela (Dana Basso), es demorada por la policía porque ya tenía antecedentes de trata de personas. Alanis recurre con su hijo pequeño, Dante, a lo de su tía Andrea (Silvina Sabater), que vive junto a su pareja en un pequeño cuarto detrás de su modesto negocio de ropa frente a Plaza Miserere.
Al intentar ayudar a su amiga, conseguir dinero para alquilar una pieza y cuidar a su hijo, Alanis emprende un viaje por las contradicciones legales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, los entramados jurídicos y la sordidez de la prostitución nocturna con sus zonas liberadas, los manejos territoriales ilegales por parte de dominicanas traídas al país engañadas para ejercer la prostitución como parte de redes de trata y, por supuesto, los infaltables enfermos que recorren las calles buscando sexo pago.
El film se apoya en una gran actuación y el esfuerzo corporal de Sofia Gala Castigione, que despliega una gran interpretación intima como madre, mujer y prostituta junto a su propio hijo, Dante della Paolera, y en el buen desempeño de las actuaciones secundarias, construyendo personajes reales y desesperados que viven en un mundo miserable y marginal.
A pesar de las buenas interpretaciones de todo el elenco y de una buena dirección, Alanis (2017) no puede escapar a su carácter redundante, retratando una realidad trabajada hasta el hartazgo por la literatura y el cine con diversos resultados y matices. Al centrarse en la denuncia de una situación, el film pierde el hilo de la trama y no logra construir un relato, simplemente agrega un granito más a un debate tan ríspido como indispensable que la sociedad argentina no quiere abordar. Salvando esta cuestión, la película genera la empatía que pretende y desarrolla su narración coherentemente sin traumar pero tampoco sin destacarse. Alanis es así un interesante documento de valor sobre la cuestión social que trabaja pero no una obra que transfigura su entorno y desentraña la realidad para superar las contradicciones que la misma plantea a través de las posibilidades trasformadoras del arte.