Alba

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

CRECER DUELE

En el recreo, Alba se acerca a un grupo de compañeras que charlan y se ríen. Tiene 11 años, es bastante tímida, pero se nota que quiere ser parte de ese grupo. Las escucha, intenta una sonrisa, pero las demás no advierten su presencia. Cuando lo hacen, se quedan calladas, como si no quisieran compartir la diversión con esa chica flaca, de mirada triste, cuya voz apenas se escucha cuando lee frente a la clase. Sin molestarse en incluirla, reanudan la charla hasta que un grupo de chicos pasa corriendo y ellas se unen entre gritos y chistes. Alba queda sola, observa que una cartuchera quedó atrás, a su lado, y sin pensarlo se la lleva. En su casa, mientras una enfermera ayuda a su madre a vestirse, la niña investiga su nuevo botín. Y en silencio, juega a que es una más de aquellas chicas.

En la película, que pasó por varios festivales y estuvo nominado a los premios Goya en 2017, la directora y guionista Ana Cristina Barragán continúa explorando el universo femenino en la preadolescencia, después de realizar los cortos Despierta y Domingo violeta. Entre planos cerrados, y con una cámara que casi nunca se despega de su protagonista (interpretada por Macarena Arias), la película sigue a Alba mientras busca un sentido de pertenencia, a la vez que atraviesa la enfermedad de su madre. Cuando las cosas se complican y la madre queda hospitalizada, la niña se ve obligada a mudarse con su padre (Pablo Aguirre), un hombre hosco y derrumbado, que vive en condiciones bastante precarias, y que parece no saber cómo comunicarse con su hija. El contraste entre su nueva realidad, apuntalada por el vínculo con su padre, y el mundo hermético del colegio privado al que asiste, va a servir de escenario para que Alba crezca y se descubra, mientras la tragedia se cierne inevitable.

Los elementos clásicos del coming of age aparecen en la película narrados de manera simple y honesta, con una mirada que acompaña sin juzgar. La primera menstruación, el primer beso, la vergüenza, los miedos, la amistad, la primera fiesta; Barragán va construyendo un relato hecho de pequeñas cosas, de experiencias universales, aplazando con ternura una oscuridad que siempre busca imponerse. La madre que agoniza sin remedio, pero también la existencia vacía del padre, que cumple con su rol como puede. La idea de la muerte atraviesa todo el film, pero está trabajada con una sutileza que escapa a la manipulación y a los golpes bajos. Sabemos que en algún momento va a suceder, pero a la directora pone el foco en otras cosas: en los intentos de Alba por caer bien, en el bullying como un círculo vicioso, en las diferencias de clase (que se ven sin que estén subrayadas), en la relación frágil con su padre. Tal vez en esa interacción, en donde conviven la distancia con la compresión, se juegue lo mejor de Alba; la posibilidad de conmoverse aparece en esa charla mínima en el auto, en la que se vislumbra un dolor común, y se acentúa cuando el plano se abre, se aleja por primera vez, y vemos al padre y a la hija descansando en la playa. Una escena que da la sensación de que las cosas no están tan mal, aunque todo parezca terrible. La misma sensación que Barragán, con calma y precisión, logra extender a toda su película.