Operación triunfo.
En algunas ocasiones Hollywood, sin proponérselo de manera explícita y desde distintas orillas industriales, ofrece trabajos casi simultáneos sobre una misma temática, en esta oportunidad volcando todos sus esfuerzos hacia el retrato de vocalistas femeninas semi trágicas que deben lidiar con una fama de un notorio doble filo: así como Vox Lux (2018), de Brady Corbet y con Natalie Portman, jugaba con la comarca arty freak y Her Smell (2018), de Alex Ross Perry y con Elisabeth Moss, se tiraba de cabeza a la pileta del indie hiper autodestructivo, ahora Alcanzando tu Sueño (Teen Spirit, 2018), protagonizada por Elle Fanning y dirigida por Max Minghella, un talentoso actor reconvertido en director y sobre todo conocido por su rol de Nick Blaine en The Handmaid’s Tale, apuesta a una especie de versión lánguida de los musicales mainstream tradicionales de rápido ascenso a la condición de celebridad y sus consecuencias, léase enfrentarse al ego y los chupasangres.
La trama gira alrededor de Violet Valenski (Fanning), una chica de 17 años que forma parte de una familia de inmigrantes polacos viviendo en la Isla de Wight, en el Reino Unido, una joven que asiste al colegio secundario, se hace cargo junto a su madre Marla (Agnieszka Grochowska) de la colorida granja familiar y trabaja de camarera -también a la par de su progenitora- en un local nocturno. No obstante el verdadero anhelo de la muchacha es cantar y lo hace regularmente ante un mínimo público en un tugurio del pueblito en el que vive, donde conoce a un tal Vladimir Brajkovic (el genial Zlatko Buric, actor fetiche de la primera etapa de la carrera de Nicolas Winding Refn), un famoso cantante de ópera en su Croacia natal y hoy un alcohólico y menesteroso que se ofrece a ocupar el rol de manager y a ayudarla en lo que atañe a su preparación y sus ensayos para participar en un concurso televisivo de canto símil reality show, ese Teen Spirit del título original en inglés.
El guión del propio Minghella recurre a todos los lugares comunes del formato, en especial a este esquema de “pareja musical dispareja” que componen Violet y Vladimir, sin embargo logra salir a flote con inusitada eficacia porque siempre mantiene los pies sobre la tierra y no se abstrae hasta perderse -como tantas propuestas semejantes- en el circo del mundo del espectáculo y su paradigmática banalidad, coqueteando permanentemente con la ruptura del dúo central debido a los idiosincrasias álgidas en cuestión: ella es muy parca, al igual que su madre, en función de la amargura compartida de las dos mujeres motivada por la partida repentina del padre -para nunca más regresar- luego de una infidelidad de Marla, y él también arrastra una generosa depresión debido a su distanciamiento con respecto a su hija, que asimismo se dedica a la música y vive en París.
El relato en esencia nos brinda una interpretación bien resumida y súper mundana de los latiguillos que supo patentar la recordada Nace una Estrella (A Star Is Born, 1937), aunque adaptados a los tiempos que corren y el desinterés absoluto del mainstream musical actual por buscar nuevos talentos, por lo que estos concursos televisivos salvajes e hipócritas se transforman en un semillero en el que uno de cientos es elegido para ser explotado a gusto por los productores de turno.
Minghella trata al certamen/ programa de TV en sí como una excusa narrativa para el comienzo del ascenso de Valenski y hasta denuncia ese sustrato parasitario a través de la figura de Jules (la siempre maravillosa Rebecca Hall), representante en la trama de los productores de Teen Spirit y artífice del ofrecimiento de un contrato discográfico leonino en el que la chica tendría que renunciar a todo y ponerse al servicio de lo que los payasos de marketing dispongan para transformarla cuanto antes en otro producto sin alma del mainstream. Un indudable punto en contra de la faena en su conjunto es el repertorio, característica que comparte con las nombradas Vox Lux y Her Smell y rasgo lamentable de buena parte de los musicales de hoy en día (no todas las canciones son mediocres y/o olvidables, pero el promedio cualitativo es bastante bajo porque se enmarca en ese pop prefabricado -en eterna pose chillona y tontuela- que domina el campo cultural infantil/ adolescente).
La realización cuenta con la duración justa, no se entretiene con escenas melodramáticas gratuitas, llama a las cosas por su nombre y sobre todo nos regala una excelente dinámica actoral entre Fanning y Buric, dos intérpretes que hacen de la química apesadumbrada su principal herramienta en pantalla…