Lo bueno de las fórmulas, cuando sirven para que se realice una película con el solo objeto de emocionar sin pausa al espectador, es que ese terreno conocido permite que nos relajemos (respecto de la pretensión de la película) y nos tensemos con la aventura. No estamos ante una película de esas que cambia la historia, pero sí de una manifestación noble de lo que llamamos entretenimiento. Hay un avión que lleva a un convicto peligroso.
El avión es alcanzado por un rayo. Cae en una isla llena de terroristas y gente muy mala. El Capitán de la nave (Butler, de profesión “pego y tiro”) y el convicto son los únicos que pueden rescatar a la gente, subirla al avión y dejar el infierno mientras los malos deciden ir haciendo puré a cada rehén. Imagine todo lo demás: acertará.
Pero eso es menos un defecto que una ventaja: ver, como quien mira una pintura abstracta, el diseño y dejarnos llevar por la tensión, que es efectiva. Un buen ejercicio de estilo aunque no se note.