Parece extraño arrancar un comentario enumerando requisitos o estableciendo algunos puntos de vista a tener en cuenta para que éste estreno encuentre su rumbo entre las audiencias, y hasta se podría definir como un vano ejercicio de encauzamiento de público, pero es el pequeño enigma de Alfa y su instalación en la prehistoria.
En principio, los espectadores que anden buscando rigor histórico, congruencia geográfica, precisión científica o veracidad antropológica, directamente pasen de largo. Nada de lo que se muestra acá tiene algo que ver con las investigaciones hasta ahora. Los hombres de la tribu visten abrigos de cuero de algún animal y tienen un diseño que si tuviesen escudos pueden ser usados por Tom Cruise en la próxima secuela de Top Gun. Lo mismo sucede con los adornos. Collares de dientes tipo cocodrilo, aunque casi todo ocurre en mesetas y montañas, piercings que no parecen obedecer a ningún ritual, etc. Mucha etnia indefinida también. En la misma tribu puede haber un flaco estilo nórdico con pintura de guerra al estilo máscara de Llanero Solitario, mezclado con otro, onda Mohicano. Los animales, lo mismo: Está el antepasado del bisonte, el del rinoceronte o algún Mamut, pero los lobos, los licaones o las águilas son igualitas que las de ahora. Si es por la fauna, hay más precisión en la saga de “La era del hielo” (2002, y las 4 siguientes).
Si está dispuesto a hacer todas estas concesiones, seguimos. Entonces, ¿por dónde pasa el interés de éste estreno? Aparentemente sólo por la aventura.
20.000 años atrás, Keda (Kodi Smit-McPhee) es un adolescente a punto de ser iniciado en el ritual de la cacería. Su rol en el mundo será el de proveer a la familia según anuncia la inconfundible voz en off de Morgan Freeman, quién abre y cierra el relato, como un paréntesis en la historia del hombre. En esta primera secuencia, filmada al estilo de “300” (Zack Snyder, 2006) con mucha cámara lenta y paisajes digitales, se cuentan los elementos de la historia. El grupo de nativos avanza sobre una junta de búfalos, los hacen retroceder, uno se sale del molde y embiste al protagonista hasta tirarlo por un precipicio.
Flashback a una semana antes. El papá del pibe (Jóhannes Haukur Jóhannesson) y jefe de la tribu anda queriendo mostrar a todos que su pollo es digno hijo‘e tigre, pero el nene no da pie con bola, excepto en el tallado de puntas de flecha. Esas las hace bien. Tanto en esta parte, como en el resto del metraje, casi no habrá diálogos. Sólo lo necesario, aunque, por cierto, es un idioma inventado. Es decir: “kuratá-ají” puede significar “vuélvete con los tuyos” como se lee, o “al pancho le falta mostaza”. Es incomprobable. Hay que confiar en los subtítulos.
Vueltos del flashback, la primera escena se vuelve a repetir completa (por sino la entendió) y luego comienza la aventura. Keda es dado por muerto y abandonado, pero sobrevive. Malherido logra herir a uno de los lobos que lo ataca, con el cual entablará un vínculo que se establece como el primer antecedente de domesticación y amistad entre el hombre y el ancestro del animal que luego será su mejor amigo. Ambos deberán atravesar una distancia (no muy bien contada y justificada) que harían temblar a Froddo y compañía (perdón, comunidad).
El guión de Daniele Sebastian Wiedenhaupt y Albert Hughes, con dirección de éste último, se centra en la relación de mutuo entendimiento que se produce entre el lobo y el hombre, de la cual ambos aprenderán mucho. Vencer los miedos, construir las convicciones, superar las adversidades, en fin; todos los condimentos esperables en una película de supervivencia. “Alfa” tiene algunas cosas interesantes, como el tratamiento de la imagen. Abundan las panorámicas espectaculares de las locaciones en Canadá y Estados Unidos (aunque se hable de Europa en la ficción), pero se abusa bastante de este recurso al igual que de la banda sonora repleta de timbales y tambores. Probablemente el público joven pueda disfrutar mejor esta producción que no carece de algún momento emotivo y dos o tres gags que siempre funcionan cuando los animales responden en el set. No mucho más que esto, y una moraleja final que escuchada por Morgan Freeman hasta dan ganas de practicarla y todo.