CARA A CARA
Alfredo Li Gotti, una pasión cinéfila, un excelente documental argentino que cuenta la historia de un coleccionista de películas. La película nos permite acercarnos a su vida, a su familia, amigos, colegas, para volvernos testigos privilegiados de su pasión. Las acertadas y sensibles decisiones del realizador hacen que su film sea una gran opción para disfrutar.
Este documental sobre Alfredo Li Gotti nos vuelve hacia el mito de Psique y Cupido. Psique, por poseer una belleza sólo comparable con la diosa Venus, estaba destinada a la soltería. El hijo de Venus, Cupido, se apiada de ella y la hace su esposa con la condición de que ella nunca viera su rostro. Psique puede disfrutar de su esposo por las noches y vivir entre los lujos que él le propicia. Cada noche Psique goza del cuerpo de su amado, siente sus besos, sus abrazos, su voz, pero desconoce absolutamente las facciones de su cara. La historia continúa, pero para nuestros fines la interrumpiremos aquí. Al protagonista de la película, Alfredo, le sucede algo parecido. Si el rostro del cine son las imágenes en movimiento que forman una continuidad, que cobran “vida” –como dice Alfredo-, al ser proyectadas, nuestro protagonista no lo mira. Vemos repetidos planos de tamaño medio, lo que nos permite una cercanía con Alfredo, con sus ojos que contemplan el proyector, sumergido en el transporte de la película, subyugado con el sonido que hacen los rollos al girar, en la oscuridad de sala de proyección. El coleccionista, como gusta autodenominarse y como lo llaman los demás coleccionistas que aparecen en el documental, reconoce, como los colegas consultados, que siente afán ante las latas de películas, por preservarlas, por exhibirlas en su sala, por poseerlas.
Gracias a las elecciones del director en cuanto al tipo de planos que utiliza para describir a Alfredo, siempre acotados, con una iluminación pertinente a un espacio interior, que inmediatamente nos lleva a la sala de proyección a la que volvemos varias veces, empezamos a vivir la vida de Alfredo. Esa vida que transcurre entre las estanterías llenas de latas de películas, guardadas en cajas, rotuladas, ordenadas. Así como Psique y Alfredo escuchamos la voz de su amado, es más Alfredo mismo relata que prestaba su voz y la de su familia para realizar doblajes propios de las películas mudas que tenía, percibimos el cuidado con el que revisa las copias, con el que limpia sus proyectores.
La decisión de acompañar esta historia con una banda sonora íntegramente compuesta por tangos no hace más que confirmar que esta passio habla de la vida, de la muerte, de un legado. De una fuerza que llega a agotar al mismo protagonista pero que dio sentido a su vida. Los testimonios que acompañan a Alfredo en esta película confirman esto con sus anécdotas. Ellos están a su lado, disfrutan las películas que su esposo, padre, abuelo, amigo, colega, les proyecta, aunque tampoco ven el rostro de Alfredo ya que él está en la cabina de proyección. Para ellos el rostro de Alfredo son las películas.
Alfredo refiere que el haber vivido para acopiar más y más películas y para preservarlas lo tiene agotado. Psique en un momento de su vida quiere conocer el rostro de su amado, cuando una noche logra verlo, se deslumbra. Él advierte que ha transgredido la prohibición, entonces la deja. Psique deberá pasar por muchas afrentas para volver a recuperar a Cupido, finalmente lo logra, se casan y viven enamorados junto con su descendencia. Alfredo habla de este peso que siente, de las ganas de ver películas en compañía de sus amigos, de su nieto. Nuestro protagonista se aleja de la sala de proyección y es su nieto quien ocupa esos planos medios operando y mirando cautivado el proyector de cine. El director decide poner fin a su película, Alfredo a su pasión. La herencia de Alfredo es su nieto. La del realizador: esta película.