De esencia cinéfila
Alfredo Li Gotti aún conserva la mirada deslumbrada como si se tratara de un chico que descubre por primera vez un mundo distinto. Cuando defiende sus argumentos -frente a cámara- lo hace con la misma pasión que tiene por el cine desde sus tempranos 11 años. En ese momento tuvo en sus manos su primer proyector y hoy ya cuenta con 30 proyectores de diferente tamaño y con un caudal inmenso de películas que fue adquiriendo con mucho sacrificio durante toda su vida.
Con cierta picardía y un dejo de saludable vanidad intenta convencer a cualquiera que sus copias son las mejores del mundo, encontrando siempre algún defecto en lo ajeno aunque sin mala intención. El dvd se ve chato y no tiene la misma profundidad de campo, sentencia en un cachetazo al progreso y a la inevitable marca del tiempo. Pero lo hace con la misma vehemencia que separa a aquellos que juntan películas y los que las coleccionan dejando en claro que estos últimos conocen la historia del cine.
Mucho de esa historia se aprende no de los libros sino mirando y ese es el legado que le quedará a su nieto cuando su abuelo apague el último proyector posiblemente. Es que su generosidad es directamente proporcional al amor por las películas y se traduce tanto en su carácter de acopiador de rollos -mayoritariamente de cine europeo- que atesora celosamente en estantes y anaqueles de una casa que ya le queda chica pero donde hace varios años comparte junto a su esposa la experiencia de ver cine con sus copias originales para todo aquel que toque el timbre en su casa y quiera gozar de una función gratuita y muy especial en su microcine, cuya sala lleva el nombre de su mejor amigo Félix Giuliodori y que funciona hace más de 20 años.
Seguramente así de especial se habrá sentido el director Roberto Ángel Gómez al llegar al lugar y tomar contacto con Alfredo y su mundo. Habrá sido tan impactante vivir la función que no pudo dejar de pensar que el hombre merecía por derecho propio y por su invalorable esfuerzo y dedicación un documental para conocer a un cinéfilo singular, quien confiesa con cierta vergüenza que con sus 85 años ya está cansado de manipular latas, arreglar fotogramas y preparar proyectores. Pero también aclara que gracias al cine su vida como trabajador por más de 40 años en Segba cobró otro sentido y fue menos chata.
Centrado en la figura de este coleccionista argentino, el documental Alfredo Li Gotti Una pasión cinéfila se sumerge en el mundo del coleccionismo cinematográfico y de la cinefilia a partir de una serie de preguntas e inquietudes que con el correr del metraje y de los testimonios de diferentes voces relacionadas con el cine encontrarán varias respuestas.
Por un lado, el testimonio viviente del protagonista y en complemento entrevistas a críticos de cine como Luciano Monteagudo y Fernando Martín Peña (también coleccionista y divulgador), cineclubistas, amigos y familiares para delinear un retrato con varias aristas y matices donde prevalece antes que el protagonismo de la cámara la voz y la figura de Alfredo, predispuesto a contar su rica historia de vida -no sólo vinculada con el séptimo arte- y su vital relación con el cine, incluso con los olores que emanan de los miles de celuloides que guarda desde hace tantos años.
Sin embargo, la gran diferencia con otros coleccionistas que no aceptan compartir su material lo hace un personaje muy atractivo y genuino que renuncia al individualismo para divulgar las obras antiguas (no viejas, como lo sostiene a lo largo del film) con el público.
Tal como queda reflejado en el documental, su primer espectador fue la familia, a quien logró contagiar esa experiencia de ver cine y sonorizar películas mudas como si se tratara de un juego. Después vinieron las invitaciones a festivales como el de Toronto, en el que pudo proyectar cortos inéditos y sonoros con la voz de Carlos Gardel para continuar años más adelante prestando sus películas al cineclub Núcleo.
El mérito del realizador es haber sabido sintetizar una historia de vida tan vasta y edificante en apenas 77 minutos donde no sobra ninguna anécdota ni falta información para construir desde el respeto y la admiración un retrato cabal de su personaje, quien lamenta profundamente cuando una copia se degrada por el paso del tiempo y expele ese aroma avinagrado insoportable.
Más allá de ese rancio futuro para ciertas películas, lo que queda claro luego de disfrutar de este film es que hay algo que jamás se va a degradar en Alfredo Li Gotti: su esencia cinéfila.