La protagonista de Algo celosa es Nathalie (Karin Viard), una profesora de literatura con clase e inteligencia que promedia sus 50 con un buen pasar económico y una hija de 18 años de indudable talento para la danza. Una vida envidiable, con la excepción de un malestar que se ha vuelto un compañero molesto en su rutina. Tan molesto que la convierte en un ser despreciable.
Ese carácter despreciable, sumado a la falta de respuestas del guión sobre los motivos del malestar, vuelve a Nathalie un personaje anómalo para el común de este tipo de comedias sobre la crisis de la mediana edad. Algo celosa dedica un buen tiempo a mostrar su caída a un abismo sin fondo, convirtiéndola así en una mujer dispuesta a dañar a un entorno al que percibe feliz y sin grandes problemas.
Y nada de daños pequeños: a su ex marido, con quien tiene una relación cordial y amena, le cancela unas vacaciones con su nueva novia; a un pretendiente que cena en su casa lo echa por mirar a su hija, a quien a su vez le provoca una alergia (sin querer, según dice) justo antes de una audición.
Esa complejidad –y la consecuente incomodidad en el espectador– se extiende hasta que los hermanos David y Stéphane Foenkinos encausan su film en los carriles habituales de estos relatos, dando pie a un desenlace en el que la conciliación con su gente y con ella misma será la norma.