Cinco mujeres en un clima enrarecido.
El realizador de Otra vuelta construye aquí una película inclasificable, inasible, en la que nada es lineal y donde las figuras masculinas aparecen desdibujadas.Con grandes climas visuales, la apuesta es alejar el fantasma del naturalismo.
El tercer largometraje de Santiago Palavecino (Chacabuco, 1974) tuvo su estreno mundial hace casi tres años, en el marco de la sección Orizzonti del Festival de Venecia y, en abril de 2014, se presentó en la Competencia Internacional del Bafici. Por diversas cuestiones –algunas de ellas ligadas al estado de la distribución independiente en la Argentina, otras más azarosas y particulares–, Algunas chicas desembarca recién ahora en la cartelera comercial, luego de un amague de retiro del mundo del cine del director de Otra vuelta y La vida nueva y la reciente confirmación de una cuarta película de próximo estreno. Inspirada muy libremente en Entre mujeres solas, la novela del italiano Cesare Pavese, la historia del film da sus primeros pasos acompañando en una caminata desesperada a Nené, el personaje interpretado por Ailín Salás, mientras en la banda de sonido se escuchan ominosos acordes de Mahler. La escena es elegante pero no amanerada, y culmina con la imagen de una aparente muerte que –se sabrá algunos minutos más tarde– no ha sido tal.
Luego de la secuencia de títulos, Celina (Cecilia Rainero) llega desde Buenos Aires al pueblo donde viven Nené y Paula (Agostina López), cuya sangre derramada no ha logrado detener la vida. Allí la recibirá Delfina (Agustina Liendo), una amiga con la cual compartió algunos de sus años de estudio, y no tardará en aparecer la misteriosa María (Agustina Muñoz), quien parece conocerla o, al menos, intuir algunos pormenores de su visita. Palavecino se sumerge en un universo que es, casi exclusivamente, femenino, a tal punto que los hombres que rodean a esas mujeres aparecen algo desdibujados, a pesar de su presencia literal en pantalla o en un tácito fuera de campo. Ese remisero interpretado con ironía de cuentista por el escritor y realizador Edgardo Cozarinsky; el personaje del marido de Delfina, encarnado por Alan Pauls; el dealer que filosofa (o el filósofo que vende drogas); el chico con el cual Celina y María llevan adelante una fantasía, resultan figuras algo fantasmales, erráticas, proveedoras de transporte, drogas, sexo o contención. Algo lógico si se tiene en cuenta que la apuesta de Palavecino –desde el momento en el que esa imagen proyectada vibra irrealmente a través de la ventana de una habitación– es alejar el fantasma del naturalismo.
Las chicas son cinco y también son cinco las actrices. Algunas son muy jóvenes, de unos veintipico de años; otras han cumplido los treinta hace algún tiempo. Los sitios donde transcurren los hechos –que también pueden ser fantasías o pensamientos, deseos y miedos– son esa casa de campo y algunos lugares del pueblo, la carretera que los une y un frondoso bosque lindero. Como si esos lugares fueran representaciones mentales de estados de ánimo, Algunas chicas los conjura en pantalla en una suerte de laberinto con aspecto de sueño. Y de pesadilla. La búsqueda de un clima enrarecido, gracias al cual las posibilidades de una lectura metafórica se evaporan (o, al menos, inhabilitan una construcción unívoca), empujan a Palavecino a introducir técnicas y recursos diversos, incluso algo olvidados, como el flash forward. Elementos que no hacen más que reforzar la idea de circularidad, de retorno a un punto de partida que también puede ser el destino final. El de Algunas chicas es un relato hecho de bifurcaciones, duplicidades y ramificaciones, apoyado por el trabajo de fotografía de Fernando Lockett, uno de los grandes creadores de climas visuales del cine argentino. Un paseo por el bosque que tiene mucho de salvaje, pero también de melancólico. Hay algo ritualista en el encuentro y reencuentro constante de esas cinco mujeres y, en el camino, el realizador entrega una película difícil de clasificar, algo inasible, por momentos inquietante y definitivamente libre.