Algunas chicas

Crítica de Javier Luzi - Fancinema

LA RUINAS CIRCULARES

Siempre es mejor estar en casa. Pero por eso mismo hay que escapar de allí. Quizá un poco más cuando casa no es hogar. ¿O más cuando lo es? ¿Pero hay forma de huir? Celina (Cecilia Rainero), al llegar a la casona de campo de Delfina (Agustina Liendo) -una amiga de la universidad a la que no ve hace tiempo-, casada con Sergio (Alan Pauls) -un hombre más grande que ella y padre de Paula (Agostina López)-, sentirá que en su estado (está atravesando una crisis matrimonial) más le valdría no permanecer allí. Pero no puede irse. Paula ha intentado suicidarse y Nené (Ailín Salas), con sus dotes adivinatorias, y María (Agustina Muñoz), una joven viuda con una herencia a derrochar, -sus dos amigas- se aparecerán de improviso para ayudarla a salir, literal y simbólicamente. Este grupo heterogéneo de mujeres, de distinta clase, educación y franja etaria, se acompañará en las salidas (fiestas, casino, tiro al blanco), compartirá sexo y drogas en procura de saciar sus deseos y transitará los pesares que arrastran, una pátina de muerte que todo lo empaña. Y el director Santiago Palavecino las sigue (y con él la arriesgada cámara de Fernando Lockett) como quien se prenda de un destello fugaz que lo obsesiona o, si no tanto, por lo menos, lo subyuga.

Entre el borgiano “¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonía?” y el pessoista “somos contos contando contos, nada” se balancea Algunas chicas, la tercera película de Palavecino (Otra vuelta, La vida nueva), presentada en Venecia en 2013, en Bafici en 2014 y que finalmente llega a su estreno comercial. Y esas referencias literarias no son azarosas en un film donde un chofer (que interpreta Edgardo Cozarinsky y que se nomina en la ficha técnica como Caronte) que transporta a los personajes “extranjeros” a una tierra nueva, jamás consigue terminar de narrar su cuento -que a la vez repite con diferencias en las dos oportunidades que lo intenta-, y que refuerza esa estructura narrativa no clásica que constituye a la película.

Palavecino consigue plasmar, con una pericia notable -tanto en la dirección como en el guión-, algo así como un cine de “género de autor”. Una especie de thriller, con toques de terror, con un suspenso en latencia permanente pero narrado con técnicas de la modernidad. Utilizando el flashforward como anticipo (desde la imagen) o premonición (desde la trama), despliega imágenes que se subsumen en duermevelas o ensoñaciones de las protagonistas. Déjà vu intrigantes y pesadillescos que diluyen toda posibilidad de anclaje temporal. ¿Sucedió o va a suceder lo que vemos? ¿Está sucediendo ante nuestra mirada? Con una circularidad que agobia, estas chicas se enlazan, se escapan, ríen y lloran, se buscan y huyen de las otras y de sí mismas sin conseguirlo. Mientras por la ventana de un cuarto se observan imágenes proyectadas que dan cuenta de un paisaje móvil (evidenciando su artificialidad), nos preguntamos si lo que se vive en la casa cerrada no es entonces la ficción de una realidad o un sueño. Y los mitos se derrumban y se hacen añicos, entre ellos, aquel que asevera que las mujeres se cuentan todo. Estas chicas hablan pero se dicen poco. Sostienen secretos que las unen de un pasado en ese mismo lugar, acaecidos durante la boda de Delfina. Ocultan información y ni siquiera cuando son puestas en evidencia aceptan jugar al sincericidio, ni siquiera a la sinceridad.

Los procedimientos utilizados (tanto en la forma como en el contenido) que eligen lo indirecto, el retazo narrativo, el extrañamiento, las ambigüedades tiñen a la película de un tono y un ambiente en el que lo real y lo onírico no pueden diferenciarse con claridad. Y a partir de esa ambigüedad pugna por ganar en nosotros, espectadores, la costumbre de pretender completar los casilleros vacíos y olvidar que siempre es mejor (como nos enseñara Susan Sontag en su célebre ensayo) ir contra la interpretación que siempre resulta conservadora y tranquilizante.

Film de sensaciones y de fluidos que no dejan de correr (aunque no corran siempre): el agua de la lluvia, el de las piscinas, el de las bañeras (algo turbias), el de la sangre que como marca indeleble tiñe pieles, sábanas, toallas, piletas de baño. Film de acciones que no se corresponden únicamente a la relación de causa-efecto, de imágenes que huyen como los caballos nocturnos o que se repiten respondiendo a una logicidad otra, Algunas chicas no deja de creer en la corporalidad como enclave y soporte. Si la desconexión con el mundo, entre ellas y con sí mismas son moneda corriente en las protagonistas, no siempre ésta logra vencer: hay una palabra, un gesto, una disculpa, un abrazo o, simplemente, unas manos. Manos que se tocan como quien puede leer en ellas un destino a combatir o, al menos, a volver más amigable, aún sabiéndolo finalmente vencedor, y que apuestan a cierta necesaria corporeidad, a un Eros frente a un Tánatos que parece poder con todo.

Algunas chicas está plagada de signos y marcas de un horror que se intuye desde el principio, una tragedia que se avecina y no se puede evitar. Pero aún así la cámara respeta a sus protagonistas y no las muestra como maniquíes ni el guión las mueve como títeres. Son ellas las que parecen decidir retardar el final o retrasar el juego o adelantar las pistas. La seguridad ansiada termina siendo la fatalidad anunciada y al espectador sólo le queda dejarse arrastrar por esa belleza inquietante.