En Marea y viento, el director Ulises de la Orden nos acerca la posibilidad de conocer un proyecto educativo en las islas del Tigre, que trasciende esa instancia hacia una forma de encarar la vida. El documental se estrena en Cine.Ar TV y Cine.Ar Play. Entramos en el documental in media res. Unas mujeres jóvenes cocinando mientras conversan de cosas cotidianas. De ahí pasamos a unos niños llegando a un colegio en lanchas. La escuela “Los Biguá” del Río Carapachay, en el Delta del Paraná (Tigre), no es sólo un proyecto educativo (que no cuenta con el aval oficial), sino que es una manera diferente de entender la educación y de generar autonomía en los chicos que juegan a las escondidas o colgándose de los árboles del lugar, colaborando con las tareas de mantenimiento del establecimiento o cocinando y recitando a Lorca, leyendo a Dumas, aprendiendo de geografía armando rompecabezas divididos en grupos, sentados en ronda, por edades e intereses, cada uno de ellos con un maestro pero todos en el mismo y único salón que oficia de espacio de clase. El colegio se sostiene económicamente por la panadería que por turnos llevan adelante los padres y madres, donde fabrican productos que venden afuera o, también, los que se consumen como desayuno o merienda. Ulises de la Orden (Río arriba, Vilca, la magia del silencio) evita las entrevistas a cámara y decide que Marea y viento narre por medio de distintos momentos montados al efecto de dar cuenta de la experiencia que se está llevando a cabo, como si fuéramos invitados al evento. El cocinar, el desarrollo de las clases, las llegadas de los chicos, las reuniones de padres/madres con los maestros van dando forma a este acercamiento primero, y a gran escala, de lo que significa elegir otra manera de vivir. Una aproximación documental a un proyecto educativo distinto y por fuera del marco oficial es lo que ofrece Marea y viento de Ulises de la Orden.
Un documental para conocer a Ricardo Vilca, un destacado músico jujeño, hecho con rigurosidad y, principalmente, con afecto por parte de sus directores Ulises de la Orden y Germán Cantore. Se estrena en Cine.Ar TV y Cine.Ar Play. Ulises de la Orden conoció a Ricardo Vilca (1953-2007), guitarrista y compositor, cuando musicalizó su filme Río arriba allá por 2006. Desde ese momento se creó una amistad que creció a la par del conocimiento del público por el músico. Festivales, recitales, colaboraciones con otros colegas de renombre (Ricardo Mollo, León Gieco) fueron haciendo conocido a Vilca, quien igual decidió quedarse en su tierra natal, Humahuaca, aún sabiendo que “Dios está en todos lados pero atiende en Buenos Aires”, como suele decirse. Vilca compuso su repertorio fusionando la música andina con el rock, el jazz, el tango piazzolliano, la música clásica (Bach especialmente) y los sonidos de su terruño, no sirviéndose de la alegría esperable en ese ritmo, sino apostando a incorporar la melancolía y la tristeza. Entrevistas varias (a sus amigos, colegas, hijos, periodistas, entre otros), se mezclan con material del archivo familiar y los propios de uno de los directores. Igualmente, más que a las palabras, el documental da un gran espacio a la música recuperando recitales, ensayos y grabaciones, y también musicalizando las bellas imágenes del norte argentino con sus cerros, sus valles, sus colores y su aridez. Hay que destacar el uso del primerísimo primer plano en la mayoría de las presentaciones del protagonista. Una decisión que se vuelve afección sentida y que va logrando emocionar, luego de un inicio algo errático y que recurre a la sumatoria de cabezas parlantes. Vilca, la magia del silencio es un documental que permite conocer a un músico excepcional, lamentablemente poco conocido y que se merece este homenaje.
Los Qom tienen una narración para contar el comienzo de los tiempos y El árbol negro, de Máximo Ciambella y Damián Colucio, la desarrolla como marco del documental que sigue la cotidianidad de su protagonista. Se estrena en Cine.Ar Play. En pleno monte formoseño, Matías cuida su rebaño de cabras, siembra la tierra, charla con los otros miembros de la comunidad Qom sobre sus derechos avasallados y cómo defenderlos, participa en asambleas y en cortes de ruta para visibilizar sus reclamos. Las imágenes del documental de observación, con sus momentos que captan la realidad de la vida y los paisajes que le dan entorno, buscan conjugarse con otras de gran belleza visual en las cuales una voz en off relata la leyenda del origen del mundo y de ese árbol en mitad de la laguna, antes verde y vivo y ahora seco y negro. La poesía se hace presente en esta ópera prima de Coluccio y Ciambella (Mejor Película de la Competencia Argentina del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2018), pero hay algo en la confluencia de los registros que no logra amalgamarse con fluidez. Cierta liviandad o simpleza en la manera de encarar y mostrar los asuntos se vuelve, paradójicamente, pesada y densa, como arrastrando el tiempo y, en esa sensación, al mismo espectador. Uno se queda con la idea de que procurando no centrarse en lo social, en la historia y en lo político, se busca contar desde otro lugar: lo mítico, con su circularidad y su forma cíclica (una manera de narrar propia de las comunidades originarias), pero tampoco termina de lograrse ese cambio paradigmático más que en la superficie. El árbol negro es un documental con una temática ya vista sobre las comunidades originarias cuya diferencia es la poesía que aporta el mito y una fotografía destacable.
Un drama de reconciliación y recuperación es Lejos de casa, la nueva película de María Laura Dariomerlo, que se estrena en Cine.Ar TV y Cine.Ar Play. En los primeros minutos de Lejos de casa, Flor (Cumelén Sanz) se besa con una chica, toma cerveza y vino (directamente de la botella), se droga y no le importa deberle dinero a su dealer ni intercambiar con él besos o golpes. Al espectador no le quedan dudas, dadas las “claves” referidas, de que algo le pasa. Algo profundo que trata de tapar con lo que tiene a mano. Su padre (Daniel Kuzniecka), harto de sus posturas irresponsables y sus enojos constantes, la envía a la costa con su madre para tratar de encauzarla. Así andará por la vida ahora trasladada a una ciudad ajena, con una progenitora (Ana Celentano), profesional, con la que no parece tener un vínculo, y con la relación que entabla con un joven kiosquero (Gabriel Gallicchio) que alquila una habitación en la casa materna. Quizá en la manera de trabajar el film hay algunos lugares comunes o clises que se entienden y aceptan como “verosímiles ficcionales”: si alguien lleva una cámara colgada del cuello todo el tiempo es fotógrafo (en este caso fotógrafa), pareciera que no se necesita nada más que algún momento en donde el personaje hace que saca fotos y está construida la profesión o rol vocacional. En esos usos, la cuestión es la mayor o menor capacidad de guionistas y directores para la construcción, pero hay otras decisiones que son más cuestionables: dar a entender que los problemas de adicción o en los vínculos humanos (la madre aunque la ama la tuvo como “regalo” a su esposo que le posibilitó hacer su carrera de médica) son fáciles de resolver y en lo que lleva la duración de una película. Desarrollar ciertos temas como si fueran menos complejos de lo que son es algo a revisar. Y no me refiero a lo que espeja como reflejo de una verdad/realidad sino por el mismo verosímil que requiere una ficción. Más allá de eso, Dariomerlo realiza una película correcta en todos sus rubros, que se apoya en las buenas actuaciones de su elenco y que avanza en algunas cuestiones interesantes como lo es el tratar el instinto maternal como un constructo cultural (en una de las mejores escenas del film). Lejos de casa es un drama que no derrocha originalidad pero cumple con su cometido, aunque ostenta cierta mirada demasiado positiva o naif frente a los problemas que toca.
A partir del solo Le mére de Isadora Duncan, el director Damian Manivel desarrolla en tres segmentos consecutivos la práctica, la puesta y la recepción de esa pieza coreográfica siguiendo a cuatro mujeres diferentes. Se estrena en Puentes de Cine. Después de perder a sus dos hijos pequeños, que mueren ahogados cuando el auto en el que viajaban cayó al Sena, la bailarina Isadora Duncan, transida de dolor, tiempo después, desarrolló Le Mére, una obra coreográfica, para canalizar, de alguna manera, a través del arte, ese sufrimiento y homenajear y recordar a sus pequeños. En Los hijos de Isadora el director Damian Manivel, también bailarín, sigue a cuatro mujeres que, a partir de la danza, se cruzan frente a nuestros ojos aunque no se conozcan entre ellas. Una joven bailarina ensaya el solo en un estudio de baile, mientras lee la autobiografía de Duncan, estudia los pasos, se apropia de un sentir para trasladarlo a los movimientos y experimentarlos en el cuerpo. Una maestra y una alumna, una niña con síndrome de down, hacen lo propio mediante ejercicios y clases que tratan de explicar la importancia del gesto como contador de una historia. Finalmente, una mujer mayor, excedida de peso y que se ayuda con un bastón para andar, asiste a una representación de la obra y al volver a su casa podremos ver lo que provoca (en ella) el arte. Casi sin diálogos, la historia se cuenta por las voces que leen el texto de la Duncan pero, también y principalmente, por los cuerpos y sus movimientos y, a través de la puesta en escena, vemos cómo se espeja en cada protagonista ese eje que conforman las maternidades: solitarias, en lejanía, trágicas. Ya sea ejercida o por ser, desde cada uno de los vértices de ese vínculo. Si puede señalarse como algo fría la mirada quirúrgica de los dos primeros segmentos, no es menos acertada observarla como un acercamiento en donde la cámara se invisibiliza y va transmitiendo, sin subrayados ni explicitaciones, sensaciones sutiles y profundas. Lo que expone, en contraste, la construcción del tercer segmento que busca la empatía con una puesta que evidencia su artificialidad y su finalidad. No es que sea trazo grueso pero sí un poco facilista. Los hijos de Isadora es una ficción con tintes de documental que acerca el mundo de la danza al público en general con sutileza y una puesta en escena donde el movimiento es vital.
La Superball es un documental de Agustín Sinibaldi, realizado por VacaBonsai Colectivo Audiovisual, que cuenta la historia de la pelota de fútbol moderna. Se estrena en Cine.Ar Play. Hasta 1930 la pelota de fútbol era de tiento lo que la hacía bastante pesada y peligrosa. Los jugadores usaban boinas para no resultar heridos al recibir un pelotazo. En Bell Ville (Córdoba), tres amigos inventan la válvula y la costura invisible que sirven para mejorar el balón, lo vuelven más esférico y más liviano. El 25 de mayo de 1931 se estrena en un partido entre los dos equipos de la ciudad. El puntapié había sido dado y la posibilidad de iniciar una industria que convirtiera al lugar en un sitio pujante y exitoso y que eso redituara a sus habitantes. Pensando, además, que no sólo el fútbol utilizaría esa mejora sino, también, los otros deportes que se practican con pelota: básquet, volley. Pero no fue más que un sueño. Y con esa historia y ese sueño se construye La Superball. Partiendo del Club Atlético Argentino, y a partir de imágenes y entrevistas propias a los que fueron coetáneos de ese “nacimiento” y a los descendientes de esos hombres y mujeres, la emoción de esos tiempos impregna el documental con un montaje que incorpora con inteligencia el material de archivo. Los amantes del fútbol disfrutarán, además, de la palabra de otro bellvillense famoso: “el Matador” Mario Alberto Kempes, campeón mundial con la selección argentina del 78. Pero no todo queda en la emotividad, lo social aparece en lo que significan simbólicamente esos clubes de barrio, en los testimonios de los dueños de las fábricas de pelotas casi artesanales que pelean contra el abaratamiento de la industrialización casi esclavista del sudeste asiático, en el laburo de las “cosedoras” (mujeres que “cosen el fulbo” para sostener económicamente sus familias). El documental sabe conjugar un pasado de sueños con un presente maltrecho, con emoción pero sin romantizar lo que fue ni cargar las tintas en los padecimientos pero tampoco esquivándolos. La superball es un documental para todos, no sólo para los fanáticos del fútbol. Para conocer nuestras historias y nuestros sueños inconclusos.
Caballo de mar, la ópera prima de Ignacio Busquier que desarrolla una intrigante historia de pueblo chico, se estrena en Cine.Ar TV y Cine.Ar Play. Un barco llega a una ciudad portuaria y sus marineros tienen siete horas para bajar y volver a abordar. Rolo (Pablo Cedrón en su última actuación cinematográfica) aprovecha para tomar algo en un bar y se cruza con un hombre joven con el que entabla una conversación. Este le pide si puede hacerle un favor: si no vuelve en 20 minutos, llamar a un teléfono y avisar que no va a regresar. Al advertir que se le ha llevado el encendedor, el marinero sale a buscarlo y un golpe lo deja inconsciente. A partir de esa instancia se ve envuelto en una situación que mezcla robos, desapariciones, ambiciones varias. El protagonista luce desorientado. Un marinero fuera de su ámbito acuático que en tierra firme, un pueblo bastante árido como sus habitantes, no sabe cómo moverse, además de verse inmerso en un hecho que no entiende. Entre la desorientación y la cortedad, Rolo trata de acomodarse con lo que le toca mientras un policía lo obliga a buscar al hombre del bar desaparecido con el botín del robo porque lo cree cómplice. Busquier arma una historia en la que la información se va entregando a cuentagotas (aunque hay mucha que directamente no se da) y la intriga se apodera del drama para ir desarrollándose, aunque cierto distanciamiento y artificio dificulta la empatía. Como espectadores sabemos tanto como el protagonista, que es nuestros ojos (y a veces sabemos menos que él, que por lo menos conoce su historia anterior a este presente), mientras avanza a tientas. La composición de Cedrón es central para mantener la atención, pero el guion va construyendo un misterio que, a la larga, cuando va llegando el final, se nota forzado, pequeño y hasta un poco previsible. Como si la forma hubiera sido elegida para ocultar lo mínimo del cuentito y no como el modo que exigiese el contenido. Es esta una historia de pueblo chico que termina siendo un infierno grande y que ya hemos visto en infinidad de ocasiones. No es ese igualmente el problema de Caballo de mar, sino lo referido y la sumatoria de situaciones que o le escapan a la propia lógica o no alcanzan para convencernos con los parámetros establecidos. Caballo de mar es un drama de suspenso, con toques de policial, que cumple correctamente pero cierta frialdad y distanciamiento lo dejan a mitad de camino.
Comedia dramática de autoayuda chilena dirigida por Nicolás López y coguionada con Guillermo Amoedo se estrena en VOD por Google play y Apple TV. Carolina (Paz Bascuñan) se entera al mismo tiempo, el día después de su cumpleaños 38, que tiene problemas de infertilidad y que su marido la engaña con su mejor amiga y que están esperando un hijo. Toda la alegría del comienzo se evapora en un segundo. A partir de un intento de suicidio es internada en una clínica psiquiátrica para que se “recupere”. De eso va No estoy loca: una comedia dramática que en lo que se refiere a la comedia, recurre al humor facilista y no siempre logrado, y en el drama es superficial. Nicolás López, como director y coguionista, retrata un personaje femenino (se basa en la historia de su madre) y las problemáticas que la aquejan (infidelidad, ruptura de pareja, mandatos maternos, problemas de aceptación) desde una mirada estereotipada (el gusto por el Cosmopolitan y los regalos lujosos, ser madre, etc.). Y no sólo en los personajes (los pacientes son el epítome), sino en las ideas que desarrolla, en los diálogos que elabora y en las resoluciones complacientes y demagógicas. Hay una asociación causal e inmediata que el film establece entre el intento de suicidio y la locura que, como poco, es cuestionable. Y, con seguridad, peligroso. Lo necesita para avanzar en la trama y para desandar unos aforismos, -al mejor estilo sobrecito de azúcar o filosofía new age a lo Osho o Bucay o Chopra-, que utiliza para “resolver” con amabilidad cuestiones muy delicadas. ¿Qué decir del verosímil que modela donde una periodista (Carolina dice que ella es eso, pero apenas la vimos en una redacción hablando con sus amigas y compañeras y en una reunión para definir una tapa. No conocerla antes es un problema para comprender el personaje en acciones, sólo podemos hacerlo por las palabras que intercambian) se sorprende ante el comentario de su psicólogo (es un hombre el que va a ayudar a la mujer a aceptarse tal como es) sobre el “condicionamiento social”? O es bastante pobre en estudios o es muy básico lo que manejan los guionistas como conceptos reveladores y epifánicos. El encierro por locura, las distintas enfermedades o trastornos mentales, el suicidio, son tomados con una liviandad tal que asombra y no se puede dejar pasar por alto. Y menos cuando hasta se aporta como ayuda la idea de “echarse la culpa a sí mismo” como plantea el personaje de una profesional de la salud. Pero no se puede esperar otra cosa de un equipo artístico que también nos regaló “esa mirada superadora y empoderada de la mujer” como fue Sin filtro. Comedia dramática que sólo busca la taquilla engañando con una temática que pretende ser profunda, con una mirada sobre una mujer de este tiempo, y promete una posibilidad de cambio facilista y al alcance de la mano.
Ficción privada es la nueva película de Andrés Di Tella que, a partir de las cartas de sus padres, piensa con inteligencia y emoción a su familia y al país. Estrena en Cine.Ar TV y Cine.Ar Play y luego va a Puentes de Cine. ¿Cómo se filma la memoria familiar? ¿Cómo se registra la historia de una vida, de un amor, de una pareja? Andrés Di Tella lo viene experimentando con su filmografía y parece llegar aquí al cierre de la trilogía que componen La televisión y yo y Fotografías. Nunca es posible ofrecer una mirada cerrada sobre nada. Aunque lo intentemos. O creamos haberlo logrado. A la larga sabremos que siempre nos falta alguna pieza. Y Ficción privada es la muestra de ello: un ensayo autobiográfico. “Privada” como calidad de lo íntimo y familiar pero también como la falta de. Y no es azaroso que un documental elija llamarse “ficción”. Y no hay contradicción alguna. Todo es construcción. Y para ello, nada mejor que echar mano a las artes para que, desde el artificio, nos acerquemos a la verdad o a sus atisbos. Las fotografías se pasean por la ciudad y hablan. Las imágenes cinematográficas vuelven y se actualizan o se duplican (la espera del tren desde el andén con el padre que nos ha engendrado y con el mentor elegido). Las cartas se leen entre padre e hija reales, pero también interpretadas por actores seleccionados (Denise Groesman y Julián Larquier Tellarini) o por el referido mentor (Edgardo Cozarinsky) en una evidente propuesta genealógica. Las palabras escritas se vuelven música y canción. Di Tella, a partir de la muerte de su padre, Torcuato, entiende que un mundo se está perdiendo, se esfuma y que, como parte de ese mundo, la particular historia de amor de sus progenitores (su madre Kamala ha fallecido en 1994), incluso una parte de la de su propia familia, ya no tiene quién la recuerde (así como no puede descifrar en las diapositivas, que muestran a sus padres en diferentes viajes, ciertas referencias ya extraviadas definitivamente ) y, por lo tanto, sin partícipes directos poco falta para que el olvido se las trague. Los mexicanos sostienen que sólo se muere aquel a quien se olvida. Y contra esa idea parece elaborar el director su película, como una especie de conjuro. Y ese movimiento íntimo y privado, que podría sospecharse de egoísta y ególatra, se expande por obra y gracia del cine y nos interpela, como simples mortales, a nosotros los espectadores y, a la vez, en un doble juego, construye (por la injerencia de su familia en la Historia nacional) una radiografía temporal de la Argentina. Un pachtwork que de posmoderno sólo tiene la forma. Ya que a partir de la sumatoria de recursos intervinientes es que se arma el caleidoscopio final que, principalmente (y de aquí la necesidad de descartar lo posmo), no se niega al sentimiento como aglutinante, ni le escapa a la emoción genuina sin golpes bajos ni efectismos. Retazos, jirones, un rompecabezas que sabemos con piezas perdidas y aún así no podemos no armar, es de lo que se compone esta Ficción privada que convoca fantasmas que no asustan porque son parte de nuestra propia vida y están ahí para acompañarnos en lo que resta. Ficción privada es un forma de recuperar la vida que se fue, como una carta de amor de esas que ya no se escriben más. Y deberíamos.
Se estrena en Cine.Ar TV y Cine.Ar Play, Azul el mar, la ópera prima de Sabrina Romero sobre una mujer envuelta en un matrimonio agotado y agotador. Lola (una eficaz Umbra Colombo) es profesional, esposa y madre de cuatro hijos. Con su familia viajan de vacaciones a Mar del Plata y esos días serán la prueba de que el matrimonio no está pasando por sus mejores momentos. Y que esto es algo que viene desde hace tiempo y que Lola quiere resolver poniendo punto final a la pareja y Ricardo, su esposo, sostiene que tiene arreglo. Azul el mar es un drama contenido que desde el primer minuto muestra signos de que algo definitivo va a suceder. El problema es que durante la trama esos “signos” agoreros se multiplican demasiado (en un film de apenas 62 minutos) y se tornan un poco repetitivos: cielos de nubes que avanzan, las olas del mar rompiendo bien cerca de la orilla, la espuma que todo lo inunda, pies quietos que se empiezan a ver aprisionados entre el pasto y el agua enlodada, los ralentis sobre la protagonista y sus gestos siempre tensos y atemorizados de cara al fuera de campo, el trabajo con el sonido. Sabrina Romero elige contar esta historia dándole prioridad a las formas, echando mano a los procedimientos cinematográficos que, a veces, se acercan a lo experimental y nos sugieren esa incomodidad y esa angustia que atraviesa Lola: imágenes en grises y sin sonido, el montaje de las situaciones en escenas que cambian vestuarios o posiciones de los personajes buscando explicitar las rupturas en continuidad, lo que permite denotar que es una especie de presente continuo el que ellos están viviendo. Más allá de contar un cuentito conocido buscando desde las formas volverlo original, algunas de las decisiones enumeradas y un elenco que, en general, luce un poco artificioso, no ayudan demasiado al resultado final. Un drama familiar contenido, a partir de una mujer postergada, que busca diferenciarse a partir de las formas por sobre el contenido y no termina de explotar.