Una de cal y una de arena. La buena nueva es que el duelo actoral entre Vincent Lindon (ex presidiario forzado a vivir con su madre) y Hélène Vincent (esa madre con quien tuvo una relación violenta, hoy enferma terminal) es brillante, sutil, construido a partir de los silencios y no de los exabruptos emotivos. La mala, la necesidad de que elementos “externos” se sumen a este esquema para hacerlo más “cinematográfico”. De todos modos, un drama humano sensible y, en general, preciso.