Desvaído retrato infantil
En un pequeño pueblo mendocino, un grupo de alumnos está a punto de comenzar su día escolar. De pronto, la profesora de música muere frente a los aterrados ojos de los integrantes del coro. Entre ellos está Sebastián, que a los 10 años acaba de mudarse a un barrio suburbano junto a su familia, y quien muy pronto comenzará una amistad con Guzmán y Email, un par de pícaros compañeros siempre dispuestos a las más audaces travesuras. Las autoridades disponen que la escuela cierre por luto y así, libres de las obligaciones, el trío comenzará a recorrer el pueblo; los chicos coinciden -con alguna puntada de culpa- en la opinión de que todas las maestras podrían morir en ese instante y nada cambiaría.
El film, con algunos tintes dramáticos, transita por las vivencias de esos tres chicos que van conociendo, de a poco y durante esos días sin música, un micromundo pleno de amistad, de necesidad de forjarse un porvenir alejado de la pobreza y de sentirse inundados por la muerte, ese algo del que ninguno de ellos había pensado.
El director Matías Rojo intentó insertarse en una trama universal con acento local y con gran sencillez siguió el derrotero de los protagonistas en un momento crucial de sus vidas, pero no logra evitar la monotonía en su narración. Con un elenco que trata de hacer creíbles a los personajes -algo que ocurre sólo en contadas ocasiones- Algunos días sin música queda, finalmente, como poco más que una obra bien intencionada.