Tres chicos y las cosas como son
En esta historia sencilla, la mirada del cineasta mendocino evita romantizar, idealizar o victimizar a tres pibes que, por un incidente con la profesora de música el primer día de clases, continúan su “veranito” y salen a buscar aventuras en una bicicleta.
“Mi familia es como cuando jugamos a la pelota y elegimos equipo: yo elijo a los que quiero que jueguen de mi lado”, dice Guzmán, el pibe morochito, uno de los dos amigos que se hace Sebastián el primer día de clase. El otro es Email (sic), un gordito que intenta disimular sus inseguridades haciéndose el forzudo. Todos con situaciones más o menos problemáticas en sus casas, Sebastián, Guzmán y Email conforman la familia electiva de Algunos días sin música, ópera prima del mendocino Matías Rojo, que además de cineasta es sociólogo. Y que constituye, en verdad, el cuarto integrante de esa familia: su mirada sobre los chicos, su cámara, son de las que se paran a la misma altura y tratan de ver las cosas como son. Tan inocentes para algunas cosas e irritantes para otras como un chico de 10 u 11 años puede serlo, Sebastián, Guzmán y Email no son “chicos de cine”: no están idealizados, ni romantizados, ni forzadamente victimizados. Ni, sobre todo, usados como coartada para mostrar lo lindo o feo que puede ser el mundo.
Parte de la Competencia Argentina del último Festival de Mar del Plata, proveniente de una provincia como Mendoza, que hasta el momento no ha llamado la atención en términos cinematográficos (salvo que allí nació nada menos que Leonardo Favio), la breve Algunos días sin música es una de las películas más sencillas del mundo. Tan sencilla como la vida cotidiana de los protagonistas, que el primer día de clases se quedan sin clases, por cierto incidente insólito sucedido en el acto de apertura con la profe de música (de ahí el muy buen título). Incidente con el cual Sebastián, Guzmán y Email tienen mucho o nada que ver. Se sabrá disculpar el intríngulis, teniendo en cuenta que lo que sucede es de esas cosas que no conviene contar.
El hecho es que por ese albur desafortunado (no tanto para ellos) a los chicos de la escuela les cae del cielo una suerte de posveranito, durante el cual Sebastián, Guzmán y Email harán lo que hace un chico de provincia en el verano: saldrán en busca de algo parecido a una aventura, los tres subidos a una única bici y disfrutando del sol mendocino, que ni en marzo afloja. “¿Enemigo o aliado?”, se preguntan Guzmán y Email cuando conocen al “nuevo”. Reflejo del contemporáneo, el de estos chicos es un mundo dividido. Los adultos muy aliados no son. Véase el caso de Guzmán. Presuntamente abandonado por unos padres chorros, el chico no sólo es tratado horriblemente por la abuela, que le recrimina ser hijo de quien es, sino que además, una noche en que el padre se aparece, lo echa a puteada limpia. Lo que da interés a la situación es el “presuntamente”: jugando muy bien con el punto de vista, Rojo sólo da del padre la versión que transmite la abuela. De modo que al espectador le resulta tan imposible como al chico conocer “la verdad”.
Otro adulto repulsivo, más incluso que la abuela de Guzmán, es la mujer a la que cuida la mamá de Sebastián: una suerte de escuerzo a punto de estallar, a quien Ana María Giunta convierte, a fuerza de maltratos, ronquidos y puteadas, en un ogro de cuento de hadas. No todo es sórdido en Algunos días sin música, porque el mundo nunca lo es del todo. La mamá de Sebastián es de lo más amable con él (el papá está demasiado preocupado por su situación laboral como para prestarle demasiada atención) y otro tanto sucede con el papá de Email, extraño cruce de devoto religioso con dueño de telo (La Catedral del Placer, se llama). Lo más interesante de él es no sólo su carácter de analfabeto (aunque el tipo físico del actor da más intelectual que analfabeto), sino el hecho de que, invirtiendo roles, sea el hijo el que lo instruye. “Vamos a estudiar, hace mucho que no me das clase”, le dice el papá a Email, en la escena que a este crítico le resultó más conmovedora.
La agresividad del presente se manifiesta también en el modo en que la chica que le gusta a Sebastián lo trata. Así como en la escena en la que, con tanto desparpajo como gratuidad, los tres chicos “forrean” a la directora de la escuela, un día que van a su casa. Lo dicho: Sebastián, Guzmán y Email no son como a los adultos les gustaría que fueran los chicos. Son como son, nomás.