La nueva película de Robert Zemeckis ingresa en el terreno bélico, pero parece ponderar el amor sentimental por encima del patriótico. Nuestra calificación: buena
Una de las ventajas de que la Segunda Guerra Mundial haya terminado hace tanto tiempo es que la propaganda patriótica se ha atenuado en simple género bélico. Ahora una película de guerra hollywoodense puede permitirse ciertos temas sin que a nadie se le ocurra acusarla de alta traición.
Claro que Estados Unidos siempre está más o menos en guerra contra algún país, por lo que hay abundantes ejemplos en la historia del cine de películas bélicas marcadas con la cruz del más servil patrioterismo. No es en absoluto el caso de Aliados, el último título del cada vez menos aplaudido Robert Zemeckis (autor de las indiscutibles Regreso al futuro, Forrest Gump y Náufrago) quien apuesta por una trama en la que la lealtad al amor parece tener tanta o más fuerza que la lealtad a la patria.
Para ser precisos, se trata de un romance entre espías que tiene como fondo la Segunda Guerra Mundial. Un oficial canadiense, interpretado por Brad Pitt, se contacta en Marruecos con una integrante de la resistencia francesa (Marion Cotillard) para cometer juntos un atentado contra un jerarca nazi en Casablanca. La sola mención de esa ciudad basta para remitir al clásico de Michael Curtiz. Pero salvo por el decorado y el vestuario, Zemeckis nos ahorra las referencias melancólicas.
La historia que debe contar es tan poderosa que antes que perder el tiempo con guiños cinéfilos prefiere extenderse (que no es lo mismo que profundizar) en la relación sentimental e instrumental entre los espías. Esa demora lo hace incurrir en algunas escenas de un efectismo díficil de perdonar, como la primera relación sexual de la pareja en un auto en medio de una tormenta del desierto. Sin mencionar la fotografía satinada, académica, que se ha impuesto como un canon para representar cualquier época anterior a la década de 1960.
Sobran también los anacronismos (una lista exhaustiva e insidiosa puede leerse en la sección "goofs" de imdb.com). Los más graves, no obstante, no son los que muestran un artefacto que no existía en aquellos años (en Shakespeare suenan campanas en la Roma imperial y en Rembrandt los personajes bíblicos lucen como campesinos holandeses). Los más graves son los anacronismos culturales. La proyección retrospectiva de ideas actuales a un tiempo pasado en el que imperaban otras pautas sociales y psicológicas.
Tan convencido está Zemeckis del mensaje de humanidad sin banderas que pretende transmitir en su tragedia que no se da cuenta de las flagrantes contradicciones que está cometiendo. Su error más profundo es filosófico. En su intento por liberarse de los prejuicios ideológicos vinculados con la guerra, prefiere diseminar a lo largo de su relato toda una serie de pequeñas mentiras antes que renunciar a la estética de la verdad histórica.
Mientras que Quentin Tarantino en Bastardos sin gloria (con la que Aliados comparte dos actores: Brad Pitt y August Dielh en un rol similar) hace de la ficción una fuerza ucrónica y redentora contra el horror del nazismo, Zemeckis se queda a medio camino, encerrado en el paréntesis de su propio dilema, resignado a que el cine baje la cabeza y sólo pueda balbucear, ante el gran espectáculo de la guerra, la palabra amor.