Entre las órdenes y los sentimientos
Con la Segunda Guerra como escenario, se construye aquí un film de acción y amor. La guerra como espectáculo cotidiano.
Hay aspectos que, de por sí, ya son suficientes para la cinefilia. La acción de Aliados se sitúa en Casablanca, con la Segunda Guerra como telón de fondo. La misión del agente Max Vatan (Brad Pitt) consiste en establecer contacto con Marianne (Marion Cotillard), de la resistencia francesa, simular un matrimonio, y asesinar un jerarca nazi. Pero esto no es más que la superficie, puesto que lo que estará de por medio será la posterior confianza en ella, al ser advertido por sus superiores sobre la posibilidad de que su (ahora) esposa pueda ser una agente espía.
Está claro que el nombre Casablanca es motivo cinéfilo suficiente. Pero desde el momento en el cual la duda cae sobre la identidad del personaje femenino, el film de Robert Zemeckis dialoga conscientemente con otros como Trágica sospecha (1951) de Robert Wise, con su protagonista escondida en la piel de una superviviente de un campo de exterminio, hoy un film de culto sobre la figura etérea de la "dama fantasma".
Para el caso, hay otra película fundamental. Se trata de Tiempo de vivir y tiempo de morir (1958) de Douglas Sirk, a partir de la novela de Erich Maria Remarque. Allí, un soldado alemán (John Gavin) descubría el amor en medio de las ruinas de su ciudad. El vínculo melodramático no sólo permitía dar cuenta de esa altura metafísica que el cine de Sirk atisbó, sino también confrontar con Hollywood y los depositarios preferenciales de tales sentimientos; a saber: los personajes norteamericanos.
No es un mérito menor que Zemeckis apueste, justamente, por los sentimientos antes que por las "nacionalidades". Lo logra a través del eco que asume desde el cine clásico, desde el afán de contar una historia de acción, de espionaje, romántica. Con momentos que son una barbaridad bienvenida. Como lo significa la secuencia del parto, en medio de un hospital bombardeado: la cama es arrastrada entre escombros que vuelan, para dar a luz entre explosiones. Es grotesco, y es la instancia que parte en dos a la película. Luego de la misión triunfal -otro gran momento‑, será el turno de la vida en Londres, en una casita preciosa.
Al llegar aquí, el film troca en su puesta en escena y adopta un tono de apariencia risueña. Aun cuando las bombas todavía caigan sobre la ciudad, Aliados se dedica a bucear en los intersticios: los rostros de doble faz, las galerías subterráneas, los mensajes encriptados. Es allí donde Max Vatan habrá de sobrellevar su nueva misión, al tiempo que se debate entre las órdenes y sí mismo. No estará mal relacionar esta película con El extraño (1946), donde Orson Welles interpretara a un nazi disfrazado de profesor, en plena Norteamérica; así como pensar en la dualidad hitchcockiana que Zemeckis supo reverenciar en Revelaciones, con Harrison Ford y Michelle Pfeiffer como la pareja que se sofoca a sí misma.
En este sentido, lo que también perturba y hace de Aliados un film atendible, es la manera sintomática desde la cual divide su puesta en escena. Tal como se refería, en un primer momento privilegia la acción y el vértigo; en su segunda parte, elige decantar hacia el espionaje, militar y conyugal. El hallazgo en cuestión viene dado por la semántica del quiebre, ya que el film puede también pensarse desde una situación más esencial, como lo significa la relación de su pareja protagónica -como si fuese una variación de lo expuesto en Revelaciones‑: primero el noviazgo (la acción, la aventura), luego el matrimonio (la sospecha, la vida reposada). Tal consideración, entendida de manera abstracta o genérica, provoca mucho más que lo que pueda referirse de manera anecdótica sobre el argumento.
Por otra parte, y de cara al desenlace, el film de Zemeckis encuentra una resolución que es digna, que no desdice lo ya señalado, y que sabe cómo revestirse de una mirada crítica. Lo hace al disparar su munición sobre la organización social misma, en donde la guerra se revela como la herramienta funcional. Si Max Vatan habrá de ser una de sus víctimas, lo será por haber sido, también, victimario. Una sola frase suya al joven piloto de avión, nervioso ante la misión, es suficiente: "No pienses en tu madre. Piensa en tu padre. Él está orgulloso". De ese chico, nadie más sabrá. Otro tanto es de suponer respecto de la identidad de Marianne, como puntos suspensivos que perfilan la figura de una "dama fantasma". Su voz cierra el film. ¿Habrá sido escuchada/leída por su hija? El montaje final no permite certeza.