El horror con ojos de niña
Tras su estreno en el Festival de Cartagena y su paso por la sección Un Certain Regard de Cannes, se lanzó en 5 salas argentinas esta controvertida película sobre la violencia política en Colombia.
Cualquiera que lea que esta película trata sobre una niña guerrillera de 13 años que además está embarazada en medio de una compleja misión en medio de la selva con el ejército y los paramilitares rondando por la zona podría pensar con razón que se trata de una obra maniquea y sensacionalista.
Lo cierto es que este nuevo film del director de García sonó bastante oportunista en la apertura de un festival como el FICCI, que contó con la presencia del presidente Juan Manuel Santos que por estos días intenta avanzar hacia la etapa final del proceso de paz. Es -más allá de sus méritos y de sus carencias artísticas- casi la película perfecta para este contexto, al menos desde la perspectiva oficial.
Todo ese preámbulo puede sonar distractivo a la hora de analizar la película, pero es importante para ubicarla en el actual panorama interno de Colombia. Fuera de la mirada de una sociedad escindida, polarizada respecto de cómo lidiar con la violencia política, en cambio, puede ser vista con otros ojos. Y es allí donde aparecen algunas debilidades puramente estructurales y narrativas.
El film -realizado en coproducción con la Argentina- tiene una factura técnica irreprochable, con un virtuoso trabajo con la SteadyCam para seguir de cerca a los protagonistas en largos planos-secuencia durante sus incursiones en medio de la selva y un sonido elaborado con muy diversas capas que intenta captar toda la exuberancia de la naturaleza salvaje y la crudeza de los enfrentamientos armados. En este sentido, hay en la apuesta de Rugeles varias referencias al cine de Terrence Malick (especialmente a La delgada línea roja), aunque la constante utilización simbólica de los insectos (sobre todo hormigas con pesadas cargas) se torna demasiado repetitiva.
A nivel social, hay un intento por reivindicar el lugar de María (Karen Torres), con su incipiente sentido maternal (ella debe cuidar no sólo su propia panza sino también al bebé de un oficial) y la relación sexual/de sometimiento que tiene con un compañero bastante más grande que ella y, claro, de mayor jerarquía. La exploración de la contradicción entre unos guerrilleros para quienes está prohibido tener hijos (hay constantes abortos) y la desgarradora intimidad de varios padres que se ven obligados a ocultar a sus hijos es uno de los aspectos más duros, polémicos y movilizadores del relato.
La película -con la participación de actores no profesionales que en su gran mayoría son más que dignos- tiene algunos diálogos no demasiado creíbles, pero pierde aún más con decisiones bastante discutibles (casi no se muestra al ejército oficial, pero sí a unos desalmados paramilitares, reduciendo el conflicto prácticamente al enfrentamiento entre dos facciones de fanáticos) y con algunas resoluciones narrativas y dramáticas poco convincentes -torpes por lo apuradas- y hasta bastante ridículas.
Puede que Alias María sea una película importante y controvertida para este momento de inflexión en la realidad colombiana y resulta -sobre todo en el marco generalmente tan ingrato de la apertura de un festival- un producto aceptable, pero su alcance fuera del ámbito local parece bastante limitado. Hay, sí, un conflicto íntimo (el de una niña privada de sus derechos más básicos) que es universal, pero es precisamente esa la zona menos elaborada y audaz de un film cargado de buenas intenciones, aunque no siempre de buen cine.