Extravía la emoción y la imaginación de Lewis Carroll
La secuela es mejor que la original, definitivamente. La "original" fue la catastrófica Alicia en el país de las maravillas dirigida por Tim Burton, una película burocrática, sin brío, enferma de efectos digitales. Sin embargo, por más que estemos ante un paso adelante, la película de James Bobin -el héroe que recuperó a Los Muppets para el cine- no puede con el peso de Burton, de Johnny Depp, del guión de Linda Woolverton (Maléfica). La secuencia final del mundo maravilloso nos muestra largamente a los personajes huyendo meramente de un efecto digital interminable, sin emoción, sin verdadero movimiento. No queda mucho más que eso a esas alturas, porque la película se desintegró en un mar de explicaciones: a cada paso de Alicia y los otros personajes -e incluso cuando están sentados y acostados- se suceden aclaraciones, instrucciones de uso y reflexiones enteramente explícitas sobre el tiempo, más algunos chistes sobre el mismo tema y el personaje Tiempo, por una vez un triunfo actoral de Sacha Baron Cohen, expansivo esta vez con sustento y lógica, con una pasión ausente en el resto del elenco, a excepción de la protagonista Mia Wasikowska y del trabajo de voces de Stephen Fry y Alan Rickman.
Fry y Rickman (Cheshire y Absolom) están poco. De más está el personaje de Johnny Depp, el Sombrerero. Su presencia probablemente esté estirada en función de intentar justificar su ubicación al tope de los créditos pero no hay necesidad narrativa de tanta recurrencia de su personaje, el mero punto de partida de la búsqueda del Tiempo por parte de Alicia.
La película se detiene y no fluye -y se pone en exceso didáctica y sentenciosa antes que delirante- en presencia del Sombrerero, y sin embargo se pone en movimiento en los momentos en los que Alicia protagoniza su vida fuera del mundo de las maravillas, en la Inglaterra victoriana. En ese mundo alejado de la sobreexplicación constante hay más acción y más determinación. A partir del cruce del espejo, cada largo regreso de Alicia al mundo fantástico es una pesadilla de narrativa en extremo arenosa, con escasos atractivos más allá de efectos visuales digitales cada vez más perfectos. Los antídotos contra esta imaginación pedestre y limitada están siempre en los libros de Carroll y en la versión animada en 1951 producida por Walt Disney y dirigida por Clyde Geronimi, Wilfred Jackson y Hamilton Luske. Y, claro, en la mejor adaptación del espíritu de los libros de Carroll: Laberinto, de Jim Henson, con Jennifer Connelly y David Bowie.