No entienden a Alicia ni a Lewis Carroll. Después de dos películas -la primera, quizás, el piso absoluto en la carrera de Tim Burton- queda claro que la idea de invención y locura ordenada que el enorme escritor británico dejó en sus libros (de intención infantil, pero que influyeron en toda la literatura moderna, de Joyce a Borges pasando por los surrealistas, obviamente) no termina de ser comprendida. Los guiones de Linda Woolverton en ambos casos tratan de darle lógica, plausibilidad e historia a lo que entiende como vehículos para hablar de la condición femenina de Alicia. La tarea es lícita; el resultado, no. Después de haber logrado una gran película con los Muppets, el realizador James Bobin sucumbe a una confusa y abigarrada puesta en escena digital donde los actores intentan hacer lo suyo. Crear una historia para el Sombrerero Loco, por ejemplo, es contradecir el espíritu de Alicia, que es justamente que no hay forma de entender por qué los personajes son como son y debemos aprender a vivir entre su (aparentemente) extraña lógica. Ahora bien: este cambio radical podría funcionar si el diseño de producción no aplastara invariablemente cada uno de los fotogramas. La posible emoción se ve disuelta, pues, en el mar de imaginería digital y la saturación de colores. En ese marco, Mia Wasikowska retoma a Alicia con autoridad, Helena Bonham-Carter está graciosa, Johnny Depp hace lo de siempre y Sacha Baron-Cohen parece un poco desconcertado. Como el espectador, ahogado por explicaciones.