Hace rato que Tim Burton no me impresiona, y Alicia en el País de las Maravillas representa otra oportunidad de confirmar dicho punto. Es cierto que Burton ha caído bajo las garras de la Disney, y el imperio del ratón jamás se arriesga a hacer cosas demasiado oscuras. Aquí hay un Burton sanitizado y light que no alcanza a inyectar todo el morbo que quisiera al relato; pero también es cierto que lo que aparece en pantalla no termina de impactar como debiera. Una orgía de excesos y efectos especiales sepultan algo que debería haber sido más oscuro, retorcido e íntimo.
Confieso que nunca leí Alicia en el País de las Maravillas, ni vi ni una sola de sus adaptaciones, a no ser de a ratos y siempre me pareció una historia excesivamente retorcida. Este no es un cuento para niños sino una fantasía drogona versión siglo XIX al estilo de Hunter S. Thompson. En el anárquico y delirante mundo de Lewis Carroll hay criaturas de todo tipo y color, y todas ellas hablan y hablan, y siempre con galimatías. Es posible que Carroll haya creado dicho universo inspirado en pasajes del tradicional cuento de La Bella y la Bestia - que data de 1740, un siglo antes de la aparición de Alicia en el Pais en las Maravillas, y en donde habían objetos encantados que hablaban -, y haya decidido adaptarlo a sus fines literarios. Pero también es cierto que el retorcido mundo del país de las maravillas no es más que una versión alegórica de la vida del propio Carroll. El autor era un ferviente católico, un brillante matemático y, según los escribas malintencionados de siempre, un pedófilo camuflado que vivió enamorado de la hija de uno de sus amigos, de tan sólo once años de edad (la Alicia del título). Esos tres aspectos se encuentran reflejados en el relato, con alusiones religiosas y matemáticas, y convirtiendo a la Alicia de la vida real en la heroína de la historia.
Aunque a uno le resulte chocante el texto, no puede dejar de reconocer la riqueza de la historia de Lewis Carroll. Bah, uno asume que si alguien se ha tomado la molestia de elaborar algo tan complejo y retorcido es porque tenía algo que decir y, como suele suceder con el arte en su sentido estricto de la palabra, el texto ha servido como un lienzo en donde la gente ha interpretado lo que se le ha dado la gana. En ese sentido Alicia en el País de las Maravillas funciona tal como una obra de Dali, en donde unos descubrirán temas religiosos, otros hallarán ángulos freudianos, y unos pocos lo considerarán como un viaje alucinógeno sin necesidad de tomar LSD. Lo que en principio parece un mamarracho literario (o el fruto de una mente perturbada) termina revelándose como algo mucho más complejo y atrapante a medida que uno profundiza en él.
Y, por supuesto, todas esas posibles sublecturas se han ido al tacho en la versión Burtoniana de Alicia en el Pais de las Maravillas. Uno percibe un tufillo raro cuando vemos que la niña del título es ahora una adolescente liberada y demasiado moderna para el siglo XIX en donde se desarrolla el relato. Toda la secuencia previa es molesta, llena de elementos subrayados con rojo flúo como para que a uno no le queden dudas de dónde vienen los personajes que crea mentalmente Alicia en sus pesadillas. Y, cuando la muchacha llega al país de las maravillas, llega la catarata de excesos. Todos gritan, hay demasiados FX, hay demasiada gente rara... y no hay ni una pausa. ¿Dónde está la magia? ¿Dónde está el descubrimiento gradual, sutil de un mundo tan anárquico y rico?.
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No sólo el filme tiene la sutileza de un boxeador, sino que las perfomances son dispares y, algunas de ellas, molestas. No es un problema de los actores - que son capaces - sino de la dirección de Burton, que ha transformado a sus personajes en caricaturas sin gracia. Por ejemplo, Johnny Deep parece un asesino en serie, con momentos amenazadores y raptos de locura. Ni siquiera Deep logra poner algo de chispa o protagonismo al rol, y el mismo papel hubiera quedado mejor en manos de, por ejemplo, Elijah Wood (el que ni siquiera hubiera precisado maquillaje). Lo de Deep imitando a Wood me hace acordar al casting de Beowulf, en donde contrataron a Ray Winstone para que imite a Sean Bean (¿no hubiera sido mejor contratar directamente a ése actor?). Mia Wasikowska (que apareció en Rogue, el Territorio de la Bestia) es una teenager siglo XXI vestida con ropas de época. Crispin Glover hace su mejor imitación de Viggo "Aragorn" Mortensen y casi le sale. Anne Hathaway interpreta a la Reina Blanca como si hubiera ingerido una sobredosis de Valium. Los únicos que se destacan son la oruga sabihonda de Alan Rickmann y la Reina Roja de Helena Bonham Carter, la cual parece pasarla bomba y por lejos tiene las mejores líneas de diálogo de todo el guión. El problema es que, después de la decimoquinta vez que grita "córtenle la cabeza", uno empieza a cansarse.
Hay problemas de interpretación y hay problemas de clima. Todo va muy rápido y, para colmo, cae en el consabido esquema de las profecías en donde el elegido de turno viene a restaurar el balance del universo en cuestión, un detalle que podría apostar que no figuraba en el relato original. Entonces todo esto termina con un climax muy al estilo de Las Crónicas de Narnia, con Alicia enfundada en armadura y peleando a espada desnuda contra un dragón. Y estoy seguro que Lewis Carroll se revolvería en su tumba al ver las modificaciones que le han hecho a su obra.
Es posible que, con un criterio pasatista, Alicia en el Pais de las Maravillas sea potable. Para mí está sobreactuada en todo sentido, y está demasiado sanitizada by Disney. Si Burton hubiera dirigido una versión propia con capitales independientes, el resultado podría haber sido muy distinto y oscuro... y ésa hubiera sido una versión de este clásico que me hubiera gustado ver.