Ni vale la pena aclarar que no se trata de una versión más de las 21 traslaciones cinematográficas que padeció el célebre relato de Lewis Carroll desde 1910. Es, ante todo y por sobre todo, un film de Tim Burton, marcado por su talento y su desmesura. Para empezar, Alicia no es en este caso una niña, tiene 18 años y está a punto de someterse a un casamiento de conveniencia cuando la arranca de ese triste destino la aparición del siempre apurado Conejo Blanco. Burton se ha ocupado de subrayar que Alicia no se zambulle en Wonderland sino en Underland (Bajo Tierra), para ajustarse al título original que le dio el autor a su narración cuando se la obsequió a la niña Alice Lidell, en el otoño de 1864. Están presentes, sí, la feroz Reina Roja, su hermana la Reina Blanca, la oruga azul, Tweedledum y Tweedledee, el perro Bayard y el temible Jabbewoky. Pero lo más asombroso es la presencia dominante de El Sombrerero Loco, a quien Johnny Depp inyecta un protagonismo cargado de inquietud. La única imposición de los Estudios Disney fue que el proyecto se concretara en 3D. Una apuesta que complicó enormemente la producción con su mezcla de animación, personajes reales y efectos visuales al por mayor. Lo que había que respetar, en medio de tanto exceso, era el espíritu del original. Y de lo que trata precisamente el texto de Carroll es de un viaje iniciático hacia el conocimiento, el estado adulto y la propia identidad. De ahí en adelante Alicia va a hacer lo que de veras quiera y no lo que le exija una sociedad cargada de prejuicios y mandatos asfixiantes. Burton entiende que los presupuestos generosos deben estar al servicio del mejor cine. Y cumple.