Todos esperábamos ver la versión de Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton, suponiendo que esta se vería potenciada por su estilo visual, compitiendo con Coraline, la versión reciente, no oficial y animada, de Alicia, creada por el otrora colaborador de Burton, Henry Selick. La realidad es que esta versión no deja de ser una segunda parte del clásico de Disney, lo cual puede significar un enorme desafío para cualquier realizador, pero no para la sólida carrera de Burton.
En varias oportunidades, Burton se ha unido a los grandes estudios (mejor dicho, los estudios han recurrido a su enorme talento creativo) y de esa unión han surgido obras que responden fielmente a los principios esenciales del estilo burtoniano. Ante esos antecedentes, nada podía hacer pensar que Tim sucumbiría a las directivas de Disney. Es verdad que al ver su versión de Alicia, no podemos dejar de apreciar su huella estilística en cada plano, fundamentalmente en la ambientación, el vestuario, el maquillaje, la inconfundible música de Danny Elfman y el elenco, en el que sobresalen sus actores fetiche, Johnny Depp (en el sobredimensionado papel del Sombrero Loco, rol con el que cumple a la perfección, aunque compitiendo en protagonismo con la propia Alicia) y su mujer, Helena Bonham Carter, descollante en su papel de la reina malvada. Sin embargo, esta luminosa y algo bucólica versión de Alicia no posee absolutamente nada de la oscuridad y la carga de mordacidad habitual en su cine.
Era lógico esperar una versión afín a su espíritu de fantasía, pero más cercana al cine fantástico para adultos, como en el grueso de sus películas. Si no esperábamos eso, al menos podíamos prever una película infantil totalmente libertaria en su vuelo imaginativo, como su adaptación de Charlie y la fábrica de chocolate. Nada de eso, Burton reproduce de manera idéntica y en versión humana los elementos que caracterizaron al film de Disney, y cuando envuelve a la historia con su singular estética, lo hace poniendo en escena elementos demasiado utilizados en su filmografía, sin ningún atisbo de novedad.
Pese a esto, esta segunda parte del clásico de Disney se sostiene con la esperada dosis de fantasía y un argumento por demás entretenido. Pero el verdadero Burton, el original, el creativo, parece haber faltado a la cita, durmiéndose en los laureles de la fantasía ya soñada sesenta años atrás. Hasta el Burton más arriesgado y fallido, el que apelaba al musical en su anterior película, Sweeney Todd, resultaba más convincente. Es tiempo de esperar a que Burton despierte, y suponemos que lo hará en su próxima colaboración con Disney, con la extensión de su celebrado cortometraje Frankenweenie. Mientras tanto, para los que disfrutamos del mundo fantástico de Alicia, nos queda seguir recurriendo a la versión de Disney o a la genial reversión adulta que propuso Selick el año pasado con Coraline.