Un país que no estuvo hecho porque sí
Durante las últimas semanas, la expectativa por este nuevo film de la dupla Tim Burton-Johnny Depp fue creciendo gracias a enormes campañas de publicidad. Pero el resultado es apenas un recorrido por el museo iconográfico del director.
Sí, Alicia en el País de las Maravillas es la segunda película más esperada del año. Y sí, desde sus primeras imágenes, es ostensiblemente un film de Tim Burton. Además, es en 3D. Sin embargo, no es en modo alguno la película que los fanáticos del realizador de Batman esperaban: lo que tenemos a la vista es el peor film del director desde El planeta de los simios. Es decir, una obra fallida absolutamente, apenas redimible como una especie de recorrido por el museo iconográfico del director.
No importa tanto la falta de fidelidad al original literario: después de todo, es derecho inalienable de un artista comunicar su propia lectura o visión de una obra. Invalidar esta Alicia... porque decide contar una historia totalmente nueva con los personajes del libro es como decir que la versión hiperromántica de Madame Bovary que filmó Vincente Minelli es una mala película. No, los problemas del film no son literarios ni de guión sino cinematográficos.
Aquí Alicia tiene 19 años, está a punto de ser casada por conveniencia con un desagradable lord. Su padre –un aventurero comerciante inglés– ha muerto y, cuando debe decidir si acepta o no la proposición, vuelve al País de las Maravillas, donde tiene la misión de matar al monstruo
Jabberwocky, destronar a la Reina Roja y reinstaurar el gobierno de bondad de la Reina Blanca.
Como en cualquier film de aventuras, habrá de pasar pruebas que, finalmente, le servirán para tomar decisiones en la vida –digamos– “real”. Esto en cuanto al guión. Ahora, los problemas: el film de Disney de 1951 comenzaba con un registro de dibujos muy realista; cuando Alicia caía por la madriguera, el estilo de los personajes era grotesco, de colores planos, “cartoonesco”, una manera de marcar visualmente las diferencias entre la vida consciente y la vida onírica del personaje. Aquí la diferencia es de algunos tonos y algunos colores: la nitidez del 3D conspira contra el aire de fantasía desatada que debería reinar en el mundo bajo tierra. Todo está muy controlado, muy diseñado, como si Burton no pudiera dotar de libertad a sus criaturas en ese entorno virtual, lo que atenta contra la precisión emocional del film.
Por otro lado, Alicia –en ambos libros– siempre es una niña que juega, alguien que no ve Wonderland o el otro lado del espejo como lugares peligrosos sino como manifestaciones de su propia imaginación. Aquí Burton opta por copiar el esquema de la más fallida película de Steven Spielberg, Hook, donde un adulto Peter Pan olvida cómo era ser niño en Nunca Jamás. Pero si aquella película lograba capturar la épica de lo maravilloso en el encantador Garfio de Dustin Hoffman, aquí los villanos –una desaforada Helena Bonham-Carter y un descentrado Crispin Glover– no logran, desde el juego de “ser malos”, imponer algún tono lúdico. Ni, por supuesto, Johnny Depp. Su Sombrerero no es ni loco ni romántico, incluso tiene un recuerdo trágico (demasiado trágico) en su pasado.
Depp y Burton jamás logran encontrarle el tono al personaje, que actúa como si sus compañeros virtuales (el Lirón y la Liebre) no existieran. Su amor por Alicia es más algo dicho que visto en la película, como si hubiera que cumplir con cierto reglamento. El film quiere contar la liberación de una mujer, la necesidad de aventuras para vivir; pero no la coloca como marginal.
En Burton, siempre el mundo extraño vive en los márgenes del cotidiano, no como algo aparte, y la colisión siempre es trágica. Aquí la separación es tan grande que el cuento de redención o de transformación –o de derrota– que es siempre un film de Burton se esfuma inmediatamente. Como muchos films de estos tiempos (Avatar, Desde mi cielo, El imaginario mundo del Dr. Parnassus) trata de reivindicar la fantasía. Pero su planteo es tan material, tan dependiente de la racionalidad del efecto especial y el guión de hierro, que la locura y la invención han desaparecido.
En definitiva, el defecto final de esta Alicia... no es su irrealidad, sino su... aburrida normalidad.