LA MADRIGUERA DE LA POLÍTICA
El descreimiento general hacia el ejercicio político es, para un partido, uno de los grandes desafíos del Siglo XXI. Esta desconfianza popular que va anexada a los cuestionamientos hacia la democracia como sistema de organización del Estado, alejado de buena parte de la población, ha erupcionado en distintas manifestaciones a lo ancho y largo de nuestro mundo. Lejos de ser un fenómeno del ombliguismo mediático argentino, las manifestaciones se han extendido a países como Estados Unidos, Reino Unido y, por supuesto, Francia, con el movimiento de Indignados. Y decimos Francia porque Alicia y el alcalde, el estreno y segunda película de Nicolas Pariser, se centra en este país que se encuentra atravesando una crisis social y política. La radiografía descarnada de Pariser no es casualidad.
Pero Alicia y el alcalde no es un thriller político, subgénero que los franceses dominan con la precisión de un reloj, sino un drama con algún tinte de comedia -no se dejen llevar por su rótulo de comedia dramática-, por el extrañamiento que genera el universo de la política. Para ello nos pone en el lugar de una joven profesora de filosofía llamada Alice (Anais Demoustier) que recibe una extraña propuesta de trabajo como asesora del intendente de la ciudad de Lyon. Es un cargo un poco improvisado en un edificio casi sin vida y su sorpresa es tal que en un comienzo se arrepiente de haber dejado su trabajo en Inglaterra. El nuevo oficio consiste en dar ideas al alcalde para impulsar su perfil, dado que ya ha perdido la motivación para encontrar ideas novedosas o razonar en torno a ellas. Esta premisa un poco fantástica y kafkiana alcanza un desarrollo sólido gracias a como construye el punto de vista. Como espectadores estamos tan perdidos como Alice en ese mundo de intrigas y susceptibilidades, con planes que cambian constantemente en función de la imagen del funcionario. El nombre “Alice”, que siempre nos retrotrae a ese clásico universal que es Alicia en el País de las Maravillas, está usado con acierto para describir un mundo ajeno que nos atrae pero al mismo tiempo nos expulsa.
El film de Pariser problematiza en torno a la política pero no cae en la antipolítica, una denominación ambigua y un tanto errónea. Es más bien una radiografía de un microcosmos al que el común de la gente, entre tanto protocolo y burocracia, le resulta absurdo y, como se expresa hipotéticamente en el film, esto lleva a menudo a la elección de sistemas avalados por derechas conservadoras y pragmáticas. Entre la música anodina, planos diáfanos y actuaciones correctas hay un film poderoso al que quizá sus poco más de 100 minutos terminen por momentos agotando entre sus diálogos más cargados de teoría política, pero la sensibilidad de la protagonista da lugar a un film noble y, por qué no, interesante para el debate.