Sé, positivamente, que van a decir que este es un lugar común muy francés: el hombre mayor, experimentado, cansado de su bienestar burgués que se relaciona con una joven fresca e inteligente. Sí, bueno, ok, bingo, tienen razón. Pero aquí hay dos cosas que valen la pena. La primera, como siempre, Lucchini, uno de esos actores que incluso a la peor cosa le pone garra, y esta no es “la peor cosa”. La segunda, analizar la relación no solo entre personas de diferentes generaciones, sino la de la política con lo cotidiano. En las conversaciones entre ese alcalde que quiere ser presidente y esa licenciada en filosofía que busca ayudarlo a salir del estancamiento en el que se encuentra el hombre, no hay romanticismo, se rompe el lugar común del “amour” y sí hay conversaciones sobre qué hacer y cómo. La película no carece de inteligencia al disponer de estos temas desde el esquema de una historia casi coral alrededor del poder y su ejercicio, y nos permite, pensar en otras cosas.