“ALICIA” es el primer largometraje de ficción de Alejandro Rath, quien ya había incursionado en el cine y más precisamente en el terreno del documental (mezclado con dosis de ficción, en ese “nuevo” formato que es la docuficción) con su trabajo en la co-dirección de “¿Quién mató a Mariano Ferreyra?” (2013), que traía una fuerte carga de denuncia dentro del marco político y la búsqueda de la verdad.
Algo de ese sesgo documental y sobre todo de ese tono de militancia política, se filtra en “ALICIA”, aunque básicamente la trama central, ahora, se asiente en el proceso de duelo del protagonista (Jotta, a cargo de Martin Vega) frente a la muerte de su madre. Jotta se plantea claramente como el alter ego del propio director, quien tiene a su cargo del guion del filme junto con Alberto Romero, entremezclando muchas vivencias, procesos personales y rasgos autobiográficos.
La película echa mano a los recuerdos, sentimientos y sensaciones que se despiertan a partir de este hecho –miedos, dudas, temores, inseguridades, tristeza, melancolía, despedida-. Rath trabaja sobre una amorosa construcción de esa figura tan importante como fue la de su madre y describe este particular vínculo de complicidad, amor y compañerismo que estuvo presente entre ellos, que son los momentos donde el filme se muestra con mayor coherencia y solidez narrativa.
Seguramente esta ha sido su manera de vehiculizar, por medio de una “catarsis” personal, la pérdida de un ser tan importante para él y canalizar todo lo sucedido por medio del arte. Es así como “ALICIA” –personaje central del filme que da lugar al título, a cargo de Leonor Manso- se erige como un gran homenaje a su madre y en ella, a la figura de todas las madres en general.
La fuerte presencia de la protagonista de la historia se construye a través de los diferentes flashbacks que estructuran el relato. Así vemos a una Alicia militante y comprometida con el partido obrero y sus ideas de izquierda –por las que ha sido políticamente perseguida- y la lucha por zanjar las diferencias sociales.
Al mismo tiempo que rearma interiormente este perfil de Alicia, atesorando sus recuerdos, Jotta deberá vaciar la casa de su madre, lidiando con el vacío interior que se plasma en una casa que, paulatinamente, queda cada vez con menos objetos, más vacía y más fría. Entre tantos otros flashbacks que traen la imagen de Alicia a su memoria, Jotta recordará también su proceso de búsqueda religiosa y espiritual por la que transitó cuando la muerte de su madre lo enfrenta con la angustia que conlleva la idea de finitud y de final.
Nuevamente entre el registro documental (peregrinación a Luján, misas evangélicas en el templo del Pastor Giménez, marchas en Plaza de Mayo) y la ficción, Jotta / Rath intentará buscar respuestas ante esa inminente despedida, recurriendo a lo sacro como paliativo del dolor.
Aun cuando esa búsqueda de contención represente fuertes contradicciones respecto de la manera de pensar, la posición y la trayectoria política y religiosa de su madre. El principal problema que presenta “ALICIA” es que se abren demasiados temas, quedando la mayoría de ellos planteados de una forma muy liviana y algunos otros directamente sin resolver o bien sin un sentido o una armonicidad dentro de la propuesta.
Militancia, política, situaciones sociales de la actualidad (cuando Alicia queda internada en el hospital público y todas las dificultades que ello representa a diferencia de la posibilidad de acceder a prestaciones privadas), fanatismo religioso, la fe, el diezmo, la devoción y los fieles: se va generando una multiplicidad de temas, como si la intención hubiese sido la de presentar absolutamente todas las propuestas que aparecieron en el proceso de la construcción del guion, sin haber podido elegir algunas de ellas y trabajarlas con más de profundidad que como un simple catálogo de situaciones que quedan estructuradas en forma de “collage” al que cuesta encontrarle cohesión en algunos tramos.
A esto se le suma la idea del director de rendir homenaje en forma indirecta a Pier Paolo Passolini y en forma mucho más directa y subrayada a Nanni Moretti con su “Caro Diario” tomando el concepto de esa narrativa fuertemente trazada en primera persona y que, de una manera u otra, también dialoga con su último trabajo, “Mia Madre”, en donde también se elaboraba una despedida.
Es claro que Rath no es Moretti, ni Moretti es Passolini y esta especie de homenaje dentro del propio filme queda desajustado, pecando incluso de cierta pretenciosidad que no le sienta demasiado bien a “ALICIA”.
En donde acierta positivamente el director es en el trabajo de los segmentos más oníricos, sobre el tramo final de la despedida, donde se permite jugar y presentar alguna respuesta a los interrogantes filosóficos que fue planteando en torno a la pérdida. Con un tema tan profundo como el de la muerte, no hay una única respuesta sino que cada uno deba tomar –como hace Rath mostrando un abanico de posibilidades y diferentes pensamientos y posturas frente al hecho- la que considere más a tono con su forma de pensar.
Otro punto fuerte de “ALICIA” es indudablemente el elenco, liderado por Leonor Manso en otra de sus actuaciones llenas de matices, con una máscara que puede interpretar con la misma sencillez y precisión, un momento de picardía compartida con su hijo en las visitas en el hospital –como si fuesen dos adolescentes dispuestos a burlarse del sistema- o el dolor que presenta su cuerpo atravesado por la enfermedad.
Con un guiño muy particular, Patricio Contreras es su ex marido (como en la vida real) y dentro del elenco se destaca Paloma Contreras (hija de ambos) como la enfermera que ayuda a Jotta a cumplir ese deseo de que Alicia pueda volver a su casa y pasar sus últimos momentos entre sus recuerdos y esos rincones más queridos.