El opio de los pueblos
Criado dentro de una familia socialista y atea, Jotta evidentemente nunca se preocupó mucho por lo espiritual. Al menos no lo hizo hasta que tuvo enfrente la realidad ineludible de que Alicia, su madre, estaba muriendo y no sabía cómo enfrentarlo.
Cuando comprende que el cáncer que ella lleva un tiempo combatiendo ya no puede ser contenido por los médicos, comienza a preguntarse qué sucede después, una pregunta para la que no tiene respuestas: pero siente la necesidad de salir a buscarlas, al mismo tiempo que procura brindarle los mejores cuidados posibles para hacer de sus últimos días juntos algo más tolerable.
Durante este proceso, Jotta intentará recuperar algo de su historia perdida y visitar a distintos referentes religiosos en búsqueda de alguna idea que le ayude a sobrellevar mejor el duelo que se le avecina, cuando le toque separarse de la que parece ser la persona más importante en su vida.
No como la morfina
La historia de Jotta y Alicia en estos últimos días es bastante sencilla, refleja esa espera opresiva que hace poner en pausa la vida diaria por más que ya no quede nada posible por hacer, apenas dejar discurrir los días hasta que todo termine. Eso solo para recién poder comenzar el duelo como corresponde.
Una inactividad que incita a pensar en cosas que hasta entonces estábamos demasiado ocupados para darle importancia o simplemente parecían lejanas. En el caso de Jotta, replantearse las creencias religiosas que nunca tuvieron lugar en su vida. Este proceso lo vemos con una mezcla de contemplación fría con humor entre ácido y absurdo; no quedan del todo evidentes donde están los bordes, dudando cuando algo está dicho en serio o en burla. Esa indefinición en el tono le juega en contra tanto como la cantidad de estereotipos que recorre al visitar a cada referente religioso, a quienes además no parece tratar con el mismo respeto, o falta de.
Él se infiltra en distintos ambientes donde claramente no encaja, con una mirada distante y escéptica que al mismo tiempo parece ansiosa por creer en algo.
Entre la narración apagada y una puesta en escena sin una propuesta concreta, que en general parece reducida simplemente a retratar lo que hay frente a la cámara en un tono casi documental, lo único que medianamente mantiene a flote a Alicia son algunas de sus actuaciones, especialmente la de Leonor Manso que logra encarnar a un personaje bastante en paz con su destino pero sin voluntad de resignarse a que sus últimos días sean de padecimiento.
Probablemente sea justamente esa falta de intensidad lo que más le juega en contra a esta película. Parece tener miedo de volverse lacrimógena, entonces se contiene de hundirse en el ambiente hospitalario; teme volverse filosófica por lo que apenas toca de costado el misticismo, tampoco atreviéndose a hacer humor con temas delicados como la religión. A medio camino de todo, quedamos como Alicia esperando a que todo termine.