Alien: Covenant y el deseo de ver
Un primerísimo primer plano, sostenido durante unos cuantos segundos, exhibirá un ojo profundamente abierto. Será posible observar así la intimidad de un movimiento imperceptible, aunque permanente. El ojo pertenece a un androide que acaba de ser creado por un hombre, quien para comprobar la eficacia de su funcionamiento le consultará sobre lo que observa a su alrededor: un piano de cola, una pintura renacentista, una escultura reconocible que determinará su propio nombre.
Distinguidas piezas de la producción artística del ser humano constituirán el escaso mobiliario de un amplio e inmaculado salón. Entre los dos mantendrán un breve pero decisivo diálogo sobre la identidad desigual del androide y su creador, acerca de su condición asimétrica. Tan solo un pequeño gesto alcanzará para revelar la certeza de una amenaza inminente.
La primera escena de Alien: Covenant, la nueva película de Ridley Scott -secuela de Prometheus (2012) y precuela de Alien, el octavo pasajero (1979), film de culto, ícono de la ciencia ficción que inauguró la saga y que dio a conocer al público la extraña y fascinante criatura alienígena diseñada por H. R. Giger- presentará de forma notable el núcleo dramático de la historia. Al mismo tiempo, la definición concreta de un estilo. El director británico se servirá de pocos elementos para narrar lo esencial. ¿De dónde venimos?, se preguntará filosóficamente el hombre.
Preocupación ancestral que señalará un comportamiento humano exclusivo, determinado fundamentalmente por el órgano de la visión, y que procurará el avance de la trama: la curiosidad.
El nuevo film de Scott tendrá nuevamente como protagonista a la tripulación de una nave espacial, esta vez llamada Covenant, que se moverá a través del espacio en dirección a Origae-6, un planeta lejano pero ideal para establecer un asentamiento humano. Además de colonos y embriones para el nuevo mundo, los acompañará Walter (Michael Fasbender), un diligente y servidor androide, quien los protegerá durante el viaje, travesía realizada entre períodos extensos de sueño. Sin embargo, después de sufrir un trágico accidente, aparecerá ante ellos un planeta desconocido y sin vida aparente. Será la curiosidad, ese deseo inevitable por conocer lo desconocido, la que conduzca a la tripulación a desviar su recorrido inicial para investigar el planeta.
Durante el recorrido por la zona descubrirán los restos de una nave espacial abandonada y a su único sobreviviente. La investigación durará más bien poco, ni bien comiencen a darse cuenta del plan siniestro que esconde su anfitrión. En cuanto empiecen a sufrir, como “pobres diablos”, la violenta embestida de los alienígenas.
La aparición de los aliens dará rienda suelta a una violencia descomunal. Esos bichos terroríficos y asesinos, pero al mismo tiempo indiscutiblemente atractivos. El espectador, agazapado pero atento, reclamará para sí su presencia en pantalla. Deseará observar la persecución que suscitan. Otra vez, ese virus: el deseo de ver. El efecto, en definitiva, que persigue el terror: querer contemplar aquello mismo que produce miedo.
La nueva película de Scott, coescrita por John Logan y Dante Harper, funciona bien en todo nivel. Principalmente por su justeza narrativa. No dice de más ni pierde el tiempo en sentimentalismos innecesarios. Dice a través de la acción. El film detenta escenas formidables. Una en particular: la que muestra el nacimiento de un monstruo, la confirmación amorosa de una invención perfecta. La música a cargo de Jed Kurzel, con fragmentos de la inolvidable banda sonora compuesta por Jerry Goldsmith para el Alien original, sustenta con eficacia el espesor dramático de cada secuencia.
En Alien: Covenant todos, los tripulantes y el espectador, serán amablemente invitados a ver. Y será irresistible. Casi tanto como despertarse luego de un largo sueño, un sueño de años, y buscar de todas las formas posibles recrear lo que nunca dejó de ser una fantástica pesadilla.