Saga que se reencuentra a sí misma reinventándose a favor del género
Podríamos decir que este estreno es excelente. Listo. Todo se va a resumir en ese resultado aunque hay muchas aristas para tener en cuenta, aristas que a su vez tienen dos bases fundamentales sobre las cuales apoyarse: una, la más importante, es cinematográfica; la otra, es coyuntural respecto de la saga en sí misma, porque a lo largo de casi cuarenta años, desde su nacimiento, se volvió errática en su rumbo y hasta tomó ribetes tan cercanos al cómic que amagaron con desterrarla del podio de las grandes obras del género.
Hagamos un poco de historia para ir justificando nuestra opinión desde la base coyuntural. En 1979 Ridley Scott dirige Alien, el 8º pasajero. En ella, una nave comercial llamada Nostromo navegaba con su carga hasta descubrir una señal desde un planeta a la cual la tripulación acude para ver de qué se trata. Uno de ellos es atacado por un ser que lo usa como “incubadora”, hasta llegar a una de las escenas más terroríficas que haya ocurrido en un desayuno. El guión de Dan O’Bannon, Ronald Sushett y Walter Hill hablaba de la supervivencia, del rol de la mujer como líder ante situaciones extremas con la Ripley (Sigourney Weaver) como abanderada. y de las corporaciones inescrupulosas dispuestas a sacrificar el capital humano en pos de descubrir e investigar sobre la existencia de un arma letal que le daría, obviamente, poder económico si la pudiese desarrollar.
Siete años después (1986), la secuela se la dan a James Cameron, nada menos, quien se despachó con una bélica brillante; pero sin abandonar el interés corporativo. Otros siete años después (1993), David Fincher decidió centrar todo (como suele hacerlo en su filmografía) en el personaje principal y como este resuelve sus dilemas morales (e involuntariamente maternales) sumado a jorobarle el negocio a la “Corpo”. Muerta Ripley en la tercera, a la industria le vino bárbaro la progresión científica respecto de la clonación y fue Jean-Pierre Jeunet (en 1997) el encargado de revivirla e irse un poco al carajo con el planteo, timoneando hacia el cómic.
Hagamos un flashback a 1987. Nace “Depredador” de John McTiernan. El guión era “Alien, el 8º pasajero” (también eran siete más uno), pero en una selva y con un extraterrestre que hacía gala sólo de su gusto por cazar todo tipo de seres vivos para coleccionar sus cráneos en lugar de usarlos para proliferar su especie. Como en el Nostromo, uno a uno van muriendo estos Boinas verdes acostumbrados a matar todo tipo de enemigos, excepto Arnold Schwarzenegger que con mucha astucia sobrevive y le da muerte aunque todo indicaba que el Depredador no estaba solo en el universo. Y claro, vino la segunda parte.
Cuando la Foxlogró emparentar (disponer de los derechos intelectuales) de estos dos extraterrestres famosos por su crueldad y unirlos (ponerlos en contra en realidad) la cosa se desmadró. Así tuvimos “Alien Vs. Predator” (Paul W.S. Anderson, 2004) y “Alien vs. Predator réquiem“(Colin y Greg Strause, 2007). Todo porque a la Fox le encantó un plano general de “Depredador 2” (Renny Harlin, 1992) en el cual se descubría que éste cazador intergaláctico tenía una cabeza de Alien entre sus trofeos.
Sabrá entender el lector este pequeño dossier, porque la idea es resolver la primera base. La coyuntural que pone nuevamente a Alien en las luminarias de lo mejor del género porque ya en “Prometeo” (2012) Ridley Scott anunció que ésta historia, precedente a los hechos contados en 1979, serán cuatro historias tendientes a encontrarse finalmente con el Nostromo y todo lo que ocurrió después. Lo bien que hizo porque el estreno de 2012 comenzó a retomar en forma muy concreta los principios intelectuales y filosóficos de ésta gesta. En resumen: Como hicieron Isaac Asimov, H.P. Lovecraft, Julio Verne, Philip K. Dick o Ray Bradbury, Ridley Scott se puso al hombro su creación original para, con los elementos de la ciencia ficción, decirle a los espectadores algo sobre el ser humano.
Ahora sí nos enfocamos sobre la otra base de las aristas: la cinematográfica. Como dijimos, ya había hecho en la entrega de hace cinco años una especie de preámbulo con resolución propia; pero esta vez, el autor de “Blade Runner” (1982) da comienzo a su obra con una primera secuencia demoledora. En una habitación blanca, prístina, pura; el Sr Wayland (Guy Pearce), buscando la respuesta de la eternidad, interactúa con su creación de inteligencia artificial. Artificial = artificio = arte. En esta introducción ya está el séptimo, porque estamos en la butaca y desde la composición del cuadro está el teatro porque ocurre en tres paredes que nunca traspasan “la cuarta”. Los elementos en el lugar son un piano Steinway (la música), el cuadro de “la Natividad” de Piero Della Francesca (Pintura) y finalmente una réplica del David de Miguel Angel sobre el cual se produce la pequeña y enorme sutileza con la cual arranca esta producción: Wayland le pide a su robot inteligente que decida su nombre. Éste elige “David” (Michael Fassbender). De nuevo: ELIGE su nombre.
El imperdible intercambio de palabras que se suscita en ese momento, no solamente establece la gran cuestión humana; también va a construir, solidificar y justificar todas las acciones implacables del personaje principal que no es ninguno de los seres humanos / personajes presentes en esta entrega. “Alien Covenant” es tal vez la primera película de la historia en la cual la humanidad es interpelada por su propia creación artificial, entendiéndose esta como la especie dominante a partir del uso de la razón que le fue conferida. “Si vos me creaste a mí, ¿quién es tu creador?” Luego: “Entiendo. Vos me creaste a mí, pero vos vas a morir. Yo no”
Con semejante introducción, Ridley Scott sugiere las consecuencias de la tecnología usada en mérito propio más allá de la inutilidad de la búsqueda de la eternidad desterrada en el texto de Prometeo que hablaba de la vacuidad de entender “el origen de la evolución”.
Por supuesto que estando frente a una reivindicación de la supervivencia, el film necesita de una excelente factura técnica porque ya no se trata de encontrar un planeta habitable, sino de potenciar la naturaleza dañina del ser humano como raza destructiva de cualquier ecosistema. De ahí la sutileza de construir un espacio nuevo en un planeta “lleno de oportunidades, al cual lo primero que le sucede ante la llegada de los humanos es que un tipo prende un cigarrillo, lo tira sin importarle demasiado sus consecuencias, y luego camina con sus botas, desatando en un evento (in)fortuito una calamidad dormida. Puede este ser un hecho azaroso, como sucedía en la primera, pero claramente es la primera secuencia lo que convierte el guión de John Logan y Dante Harper (dúo que ojalá escriban las dos que siguen hasta encontrarse con la original) en una suerte de sinécdoque que se transfiere a toda la saga, incluidas las citas anteriores.
Por último, el concepto estético es realmente una invitación al juego del gato y el ratón en la mejor de sus acepciones. Tanto las naves como el nuevo planeta son personajes en sí mismos. El realizador se ufana de poder establecer su aventura tanto en espacios cerrados como en los abiertos sin relegar tensión dramática, porque también deja en claro su capacidad para construir personajes expuestos a lugares aparentemente amigables pero que se vuelven tan hostiles como impredecibles. Si comparásemos la original con esta, Daniels (Estupenda Katherine Waterston) es el antecedente perfecto de Ripley, tanto como David lo es de Ash (Ian Holm), todos ellos homenajeando a la perfección aquel concepto entre hombre y máquina instalado por Stanley Kubrick en “2001: Odisea del espacio” (1968).
La saga de Alien se reencontró a sí misma en forma potente, poderosa, y lo que es mejor, se reinventó a favor del género. Espectadores agradecidos.