En el año de regreso de Blade Runner, pero en este caso dirigida por el mismo, y ya octogenario, Ridley Scott, llega este precuela de la histórica Alien, el octavo pasajero (1979). Que a su vez continúa con los personajes de la interesante Prometeo (2012), o su recuerdo. La nave Covenant lleva unos dos mil almas durmientes, dispuestas a colonizar un lejano planeta. Una interferencia en la comunicación, sin embargo, tuerce el rumbo y los desvía hacia un planeta donde los espera vida, pero de las mortales criaturas que conocemos, en pleno ciclo evolutivo. Hay una segunda al mando, Daniels (la talentosa Katherine Waterston), la teniente Ripley de nuestros días, pero un capitán creyente, temeroso, que tarda en tomar decisiones. Y está Walter, el cyborg que vuelve a interpretar Michael Fassbender, cuya ambiguedad es esencial en el desarrollo de la trama.
Alien:Covenant tiene el atractivo visual de su linaje y por supuesto es aterradora cuando debe serlo. Quizá por contraste, las escenas en las que los personajes filosofan, que no son tantas ni muy largas, bajan demasiado la intensidad. El film es deuda y continuación, linkea directo a la extraordinaria película original, y deslumbra cuando tiene a bien exhibir generosamente el arte de H.R. Giger, creador de esas criaturas imposibles, incluidos dibujos y algunos planos que serían la tapa de cualquier gran libro de ilustración artística. Pero la tripulación de este Covenant no termina de ser igual de atractiva, y las relaciones entre ellos están bocetadas, dibujadas con apuro, parejas, duelos rápidos, sexo repentino que sólo da sentido a una de las escenas más impactantes de la película, incluida en el trailer; bienvenida, pero descolgada. Todo lo que shockeaba en la primera de la saga, el breeding, se nutre ahora de las posibilidades del vfx que duplica el impacto de esos recién nacidos sanguinarios y viscosos. Para los fans, una fiesta.